Lo que está ocurriendo en los últimos 15 años, no se lo puede percibir como “catástrofe” por la sola razón de que está ocurriendo hoy, porque se cotidianiza. Pero, en unas décadas, si queda algún sobreviviente, se va a calificar como catastrófica a esta época.
El hecho de que se repitan las crisis financieras o las guerras geopolíticas no significa repeticiones de acontecimientos sobre un fondo invariable. Muchos creen que “siempre pasa lo mismo”. Que si una vez hubo una primera guerra mundial y una segunda, habrá también una tercera, algún día. No importa lo que ocurra. Algún día va a pasar. Es algo así como, antes de salir de casa, consultar el pronóstico meteorológico que dice “algún día va a llover”. No sirve de mucho eso, no?
Más bien la realidad mundial se parece al agua que está siendo hervida, en forma continua o discontinua, pero siempre a un ritmo de ascenso de temperatura. Si la temperatura sube de 30° a 32, luego baja a 31, luego sube a 32, luego a 33, luego baja a 32 y luego sube a 34, etc., etc., se están repitiendo las subidas y bajadas de temperatura pero eso no significa que siempre pasa lo mismo, porque cada vez se acerca más a un “cambio de fase”, porque, cuando llegue a 100° va a dejar de ser agua líquida para transformarse en vapor.
La humanidad va hacia allí. Hacia un cambio de fase que puede ser muy bueno o muy malo. Depende de los protagonistas de la contienda a nivel mundial.
Uno de los contendientes es el imperialismo angloamericano. Este no es un país. Que sea “angloamericano” solo indica orígenes y desarrollo histórico, nada más que eso. Es teórico y descriptivo decir “imperialismo angloamericano” porque el concepto de “imperialismo” indica una estructura global sin nacionalidad (lo cual es un enunciado teórico). Y la palabra “angloamericano” indica orígenes y desarrollo territorial, lo cual es un enunciado que solo describe.
Ahora bien, ¿por qué, a diferencia de las doctrinas marxistas y sus variantes, el concepto de imperialismo excluye a la nacionalidad?
Porque la relación de unión de los individuos-agentes con los resortes y recursos fundamentales (que son plataformas que están en todas partes) da lugar a las oligarquías. La única manera de que esto no sea así es que las masas separadas de los mismos puedan, a través de liderazgos de conjunto o de conducción, constituir Estados Nacionales que logren controlarlos.
Ello significa que un Estado Nacional es el efecto de la relación de unión de los pueblos, por medio de un liderazgo de conducción, con los resortes y recursos fundamentales. Como cuando ocurre esto las oligarquías son desplazadas, ergo, el imperialismo queda excluido.
Y viceversa (que es la mayor parte del tiempo), cuando no existen liderazgos de conjunto o de conducción y, por lo tanto, no existe el pueblo sino las masas, no existe el Estado Nacional, siendo estos excluidos.
¿Se entiende por qué no tienen nacionalidad real las oligarquías? Porque, al excluir y desposeer a las masas de los recursos y resortes fundamentales, se satisfacen los intereses de esas oligarquías. Al ocurrir esto el comúnmente llamado Estado Nacional es solo de nombre, no es real, porque está colonizado por las oligarquías.
O sea que el dominio oligárquico genera dos fenómenos aparentes: 1) la nacionalidad nominal de los integrantes de las oligarquías y 2) la “soberanía” nominal de los Estados. En rigor, cuando dominan las oligarquías, no existen ninguna de las dos cosas en forma real.
Esto ocurrió siempre. Hace 2.500 años que ocurre. El imperialismo existió siempre, en todos los modos de producción económica, política o ideológica. Hay diferencias de grados y de formas, pero no de naturaleza. Siempre existieron los resortes y recursos fundamentales en sus diferentes modalidades y según cada época histórica. Y siempre existió el control sobre los mismos, también en sus diferentes modalidades y según la época histórica.
Es importante entender que no se trata de que siempre está el ejército del pueblo y el de las oligarquías uno frente al otro. Primero y principal porque, cuando no hay liderazgo de conjunto o de conducción, el pueblo desaparece desde el punto de vista cualitativo, al no haber causa y orientación hacia objetivos. Sigue desde el punto de vista cuantitativo, pero como “masas” desde el punto de vista cualitativo, no como pueblo, el cual requiere liderazgo de conjunto o de conducción y causa y orientación hacia objetivos, los cuales quedan fijados por una ideología y, además, una doctrina como medio de alcanzarlos, cosas que las masas no tienen.
Lo que no pueden abolir las oligarquías es la virtualidad o potencialidad de que se produzca un proceso cualitativo del cual emerja un liderazgo de conjunto o de conducción que pueda transformar a las masas en pueblo y, así, abrir las puertas a las posibilidades de constituir el Estado Nacional real, soberano. Tal proceso siempre está en potencia o latente, por más abyectas que sean las condiciones de dominación impuestas por las oligarquías.|
En el estado actual del mundo, que es consecuencia de un proceso largo que inició a fines de los ‘60 y principios de los ‘70 y que agudizó luego de la caída del comunismo soviético, los atentados terroristas en EE.UU. en 2001 y luego de la crisis financiera de Lehman en 2007/8 y la respuesta que se dio a eso, los Estados Nacionales que existen, a saber Rusia y China, no pueden consolidarse en base al “nacionalismo”, entendido y practicado como en el siglo XX, sino por medio de un creciente proceso de integraciones regionales, continentales y mundiales que dé cabida a las necesidades de cada país y pueblo y la posibilidad de satisfacerlas.
Ante el curso de los acontecimientos de los últimos años, las sociedades rusa y china pudieron darse líderes que cristalizaron en las figuras de Putin y Xi, quienes se dieron cuenta del callejón sin salida a que conducía la administración oligárquica de las crisis monetarias y financieras en Occidente como consecuencia de la especulación desenfrenada y el relegamiento total de las necesidades crecientes de los pueblos en todo el mundo.
Ante eso, como cuestión de supervivencia, Rusia y China optaron por constituir una amistad y cooperación en todos los planos (comercio, infraestructura, energía, ciencia y tecnología, etc., etc.) y, a partir de allí, invitaron a todos los países que quisieran sumarse bajo la premisa de hierro de que no se puede imponer nada a nadie y que la soberanía es una condición indispensable para el desarrollo.
Esta política de Rusia y China tuvo gran éxito porque el 75% de la población humana vive bajo gobiernos que están de acuerdo con ello.
Si uno lee con atención, más allá de la hojarasca, la elaboración del plenario del partido comunista chino y lo relaciona con las prácticas de las políticas públicas del gobierno chino, se da cuenta que, por primera vez en la historia, se está apostando a que el proceso científico y tecnológico sea cada vez más la fuerza motriz del desarrollo económico, más allá de las doctrinas económicas occidentales, cualesquiera sean.
Es decir que, por primera vez en la historia, tenemos líderes en países muy importantes que están proponiendo y, gran parte de la humanidad aceptando, que todos los pueblos de la humanidad, sin distinción de razas o grado de desarrollo, pueden desarrollarse con base al reconocimiento de tres valores:
1) La soberanía nacional.
2) La cooperación e integración internacional.
3) La investigación y desarrollo de la ciencia y la tecnología como fuerza motriz de la economía y al servicio de todos los pueblos.
Somos testigos y estamos en presencia de la revolución humana más importante de la historia por el alineamiento de estas tres cosas en forma simultánea.
Esto es lo único que puede salvarnos de la catástrofe que se cierne sobre la humanidad debido a las guerras contra Rusia e Irán y, próximamente, contra China.
Hasta que no quede neutralizado 100% el partido de la guerra (la camarilla oligárquica que controla el complejo militar-industrial-financiero-mediático en EE.UU. y en Gran Bretaña), el peligro de desmadre y pérdida de control del proceso mundial es enorme.