lunes, 27 de mayo de 2024

La camarilla oligárquica supranacional está agudizando todas las contradicciones a nivel mundial.

La camarilla oligárquica son personificaciones de plataformas de poder “globales” o supranacionales: Wall Street y la City de Londres, cuyos controladores son, a su vez, controladores de empresas dedicadas a la producción de materiales de guerra (Rayteon por ej., etc.).

Esas empresas están profundamente imbricadas con el sistema militar de la OTAN, Inglaterra y EE.UU., principalmente. A su vez, están imbricadas con la dirección política en el Estado porque muchos funcionarios en áreas claves salen de las filas de esas empresas (secretarios de Estado, ministros, etc.).

De manera que, los estamentos militares, políticos, económicos y financieros, más no pocos medios de comunicación, conforman un bloque bastante homogéneo a nivel global con multitud de ramificaciones en escenarios locales.

Ese bloque, cuyo control lo ejerce una camarilla muy reducida de personas, sean éstas militares, oligarcas financieros, servicios de inteligencia geopolítica, magnates de medios de comunicación, etc., domina la orientación en la mayoría de los Estados de Europa Oriental y Occidental y algunos países de Asia y Oceanía y América Latina.

Las poblaciones de los países sujetados por esta camarilla oligárquica (entre ellos el nuestro), medida como porcentaje de la población mundial debe ser como el 20 o 25% como mucho del total de la población mundial. Son una minoría a nivel mundial pero, esa camarilla, por los resortes y recursos que controla, es todavía muy poderosa y peligrosa por el grado de desesperación en que se encuentra.

Insisten una y otra vez en torcer las tendencias actuales de la inmensa mayoría de los países (el 75% u 80%) en cuanto a la afinidad por el desarrollo económico a favor de las mayorías de los pueblos y el cultivo de las buenas relaciones y cooperación con China y Rusia.

Insisten con la agenda del “cambio climático”, el “orden basado en reglas”, la “democracia (occidental) vs. la autocracia (Oriental)” y cosas por el estilo, como modo de obstaculizar y neutralizar las tendencias mencionadas en el párrafo precedente.

En los últimos meses encararon una campaña explícita por la remilitarización en Europa y la economía al servicio de la guerra. Obviamente, esa guerra será la misma que es ahora, contra Rusia y China, pero a una escala mucho mayor y con más actores involucrados.

Lo único que evita el desmadre definitivo, por ahora y a duras penas, es la existencia de un liderazgo político personal de cualidades superiores: Xi y Putin, cuya alianza, entendimiento y cooperación permanente, están ofreciendo una alternativa y una salida digna a las élites occidentales las que, éstas, por ahora, no han tomado.

La camarilla oligárquica prefiere un mundo destruido a un mundo que encare los desafíos que tiene la humanidad con racionalidad y ecuanimidad.

La razón de esta preferencia es que esa racionalidad y ecuanimidad requiere actores de naturaleza soberana y cooperando entre todos. Si eso se produce y la economía mundial sigue otros derroteros, la influencia oligárquica va a menguar puesto que las naciones soberanas y en cooperación tras objetivos de transformación de las economías reales al servicio de los pueblos van a adquirir una influencia y protagonismo mucho mayor.

El sistema oligárquico es como una etapa infantil de la historia de la humanidad. Edificado para hacer “gestionable” y más o menos previsible un mundo que depende de los descubrimientos científicos y artísticos por parte de los individuos para generar los recursos materiales y espirituales que la humanidad necesita para vivir y perpetuarse hacia el futuro.

El hegemonismo oligárquico occidental no solo se convirtió en un fin en sí mismo que subordinaba todo lo demás al querer controlar todo y a todos, sino que, también, obturó la creación de las condiciones necesarias para que dichos descubrimientos puedan prosperar y ponerse al servicio de la humanidad. Solo permiten aquello que se pueda controlar y poner al servicio del hegemonismo oligárquico supranacional.

Por la naturaleza del “ser” humano, no se puede a los seres humanos regimentar ni anular su creatividad potencial. No se los puede hacer vivir conforme a reglas fijas inventadas por una minoría solo interesada en reproducir su propia hegemonía.

El último medio siglo o más se intentó eso con resultados terribles en lo económico, lo cultural, lo científico y lo espiritual.

Por eso la humanidad, al llegar a sus propios límites, creó una posible salida a través de los liderazgos sobresalientes de Putin y Xi, quienes impulsan continuamente el desarrollo de la infraestructura en sus propios países y en muchísimos otros países en la inteligencia de que reproducir los métodos coloniales occidentales de predominio y saqueo lo único que va a hacer es empeorar todos los problemas y hacer más inseguro al mundo.

Esa salida que dichos líderes ofrecen con grandeza, es rechazada por la camarilla oligárquica porque la sienten como una amenaza y un desafío a lo que creen son sus propios intereses y lo que creen que representan en este mundo. No solo es rechazada, sino que es combatida con ardor.

Ucrania, Taiwán o Palestina son escenarios geopolíticos de la camarilla oligárquica a predominio angloamericana, con alguna pata subordinada de elementos de origen francés y alemán y siervos en Japón, Australia, Corea del Sur y Argentina.

El objetivo que tienen en esos escenarios es la guerra contra Rusia, China e Irán. Quieren poner a esos países en una situación estratégica subordinada sin remedio.

Tratan continuamente de crear bloques de países contra otros países. Crean como clubes selectos que se dedican a confrontar a otros países con diversos y ridículos pretextos, incluso contrariando los intereses naturales propios.

Pero esa política mediocre se topó, esta vez, con líderes de la talla de Xi y Putin cuyos intelectos están muy por encima del promedio occidental. Esa política y su continuación por medio de la guerra están siendo derrotadas no tanto por la fuerza que encuentran en sus adversarios sino por las propias limitaciones, negligencias y estupidez de quienes las concibieron y ejecutaron.

Actualmente, la camarilla a predominio angloamericana está jugando el “juego de la gallina” con armas nucleares. Recientemente bombardearon el sistema de alerta temprana en el Sur de Rusia (SAT) que le sirve a los rusos para detectar lanzamientos de misiles intercontinentales.

El objetivo de esos ataques es limitar la capacidad de respuesta de Rusia ante un “ataque nuclear de decapitación” por parte de Occidente que impida a Rusia aprovechar la ventana de oportunidad que tiene de responder, que es una ventana de tiempo muy corta.

Estas cosas son las “genialidades” de los estrategas que predominan en Occidente, principalmente en la esfera angloamericana.

Muchas personalidades destacadas, tanto militares en retiro, analistas internacionales, etc., han advertido de la locura casi clínica que está al mando tanto en Inglaterra como en EE.UU.

Se llega a un punto en el desarrollo de la dinámica de este juego en el que los encargados de ejecutar pasan a tener autonomía relativa y, es allí, donde se pierde el control de los acontecimientos. Y no sirve de nada el consuelo de creer que en el fondo son todos actores racionales que evitarán la destrucción de todo, en una guerra que nadie puede ganar. Cuando se pierda el control, las cosas marchan solas, en un juego de acción y reacción que se despliega en forma ininterrumpida.

En Argentina todavía estamos a tiempo de desengancharnos de esta cadena que nos ata a un destino pavoroso.

Si el enfrentamiento todavía no ocurrió aquí es porque los actores de ambos bandos decidieron, tácitamente, posponerlo. Pero no queda mucho tiempo antes de entrar en una dinámica funesta de la que va a ser muy difícil salir.

Mi esperanza es que la debacle de la camarilla angloamericana a nivel global deje sin mayores soportes en Argentina y no pueda constituirse el polo represivo de las clases populares, evitándose así, un camino sin retorno.

domingo, 12 de mayo de 2024

Contra el sentido común: el problema está en las bases, no en la superestructura política del peronismo y del espacio nacional-popular y, mucho menos, en CFK.

La gran mayoría de la militancia y de los politizados, sean de la profesión que sean, incluso del periodismo, creen tener un conocimiento superior al resto de la sociedad porque están más informados sobre algunos o varios aspectos de la realidad social, política o económica.

Creen tener más elementos racionales para evaluar los acontecimientos que el resto de los mortales, o sea, la inmensa mayoría de los que votan.

El problema es que estar informado o politizado, lejos de ser una ventaja, puede contribuir a mayor confusión, incoherencia e ignorancia. El exceso de información puede ser tan perjudicial como su falta porque lo esencial o realmente importante puede esconderse y pasar desapercibido entre la hojarasca de información y los excesos de análisis. Con lo cual se desemboca en una ignorancia peor que la derivada de la falta de información ya que, en medio de su abundancia, se es proclive a creer que se lo sabe todo, cuando, en realidad, no se sabe casi nada.

JDP insistía en que la sociedad argentina era bastante politizada pero carente de “cultura política”. Él usaba la expresión “índice de cultura política” para significar que esto era un nivel superior a la mera politización. Por eso, hacia fines de su primer mandato, se empezó a preocupar por organizar escuelas de “formación” o capacitación política, bajo la orientación del concepto decisivo de “conducción política”.

Volviendo a la cuestión de la militancia y de los politizados, a ellos les caben las generales de la ley como al resto de la población en cuanto al papel que desempeñan los factores emocionales y motivacionales dentro del marco de la actividad política sea mucha o muy poca (la de solo votar, por ejemplo).

En efecto, son todos seres humanos, no se trata de dos especies diferentes, y, en cuanto tales, están todos sujetados por las mismas cadenas.

Por ej., la “bronca” que siente un militante o politizado del propio espacio por el voto popular que recibiera el año pasado el actual presidente, no se diferencia en nada (en cuanto tal) de la “bronca” de mucha gente que “nada sabe de política” y que se sintió defraudada por un gobierno que habían votado 4 años antes. La sensación de “gratificación” que da el “desquitarse” es exactamente la misma que la que da hablar mal e insultar a los que votaron mal.

O la sensación de certeza que da una “x” creencia, sea política o del orden de la esfera de la vida privada, es exactamente igual, ya sea se crea que la doctrina peronista o Cristina es lo máximo de la existencia o se crea que el esfuerzo privado y el progreso individual o la libertad personal es lo máximo de la existencia. Si la base de esa creencia es una sensación de certeza, es exactamente lo mismo.

Se puede estar embobado con Cristina o estar descontento o fastidiado con ella y, al mismo tiempo, sentir que un compañero es un rival o una amenaza para las propias ambiciones o aspiraciones. Es exactamente lo mismo, no hace diferencia.

Se puede escuchar a Cristina como identificándose con el personaje bueno de una telenovela o escuchar a Milei identificándose como el malo. Otra vez es exactamente lo mismo. Lo importante aquí es la sensación momentánea de deleite.

Se puede militar en política muchas horas por día o ninguna (trabajar muchas horas por día en el ámbito privado) bajo la motivación subyacente del progreso económico y laboral, es decir bajo una ambición individual. Es exactamente lo mismo, no hay diferencia. La carrera política o profesional y privada.

Así podemos seguir y seguir con las cosas que no diferencian en nada a los militantes y politizados de la inmensa mayoría de las masas que no lo son.

Sin embargo, hay una suerte de “consenso espontáneo” entre dirigentes de todas las líneas respecto a la “nobleza” y los valores intrínsecos de ser militante que lucha por un ideal, por sus convicciones, etc.. Como si la envoltura o la etiqueta fuera el contenido.

Ser militante o politizado de cualquier orientación o convicción ideológica no es una garantía contra los defectos y vicios de los seres humanos. No importa cuánto se zambullan en una dirección ideológica determinada. La actividad política no es un terreno que per se mejora a las personas, sino que, todo lo que son las personas con sus defectos, vicios y virtudes, se lleva a ese terreno.

Esto es así en cualquier profesión. Es la calidad de las personas la que dignifica a la profesión, sea la política o la medicina, la albañilería o lo que sea. Con la política ocurre igual.

Las virtudes de Cristina no son por ser militante, sino que en la militancia, desde el llano o desde el Estado, las puso en juego. Su obstinación estratégica, firmeza, voluntad, valentía y sus valores intelectuales y morales, son los que dignifican la política. Con Perón y Evita sucedió lo mismo incluso en un grado mayor que con Cristina.

Para elevar sustancialmente el “índice de cultura política” como quería JDP las personas que intervienen en política deberán mejorar mucho sus capacidades, cultivar y desarrollar mucho sus virtudes y “educar los sentimientos”. Sin estas cualidades la transformación de la realidad que tanto se declama es imposible.

La formación política de cuadros no es solo estudiar y aprender teorías, ideologías o doctrinas. No es creer en lo que produjeron, elaboraron o crearon otras personas. Esto Perón se cansó de advertirlo.

Se trata de estudiar y cultivar las capacidades para que el individuo sea capaz de concebir y ejecutar, de crear, de conducir. Las cosas que se estudian de la historia o de otras disciplinas solo constituyen un contexto en el que se desarrolla una suerte de “gimnasia” intelectual, pero el sólo hecho de estudiar, estar informado o realizar análisis, no sustituye aquello que es imprescindible para la transformación de la realidad: la creatividad individual que está en potencia en todas las personas.

JDP esto lo indicó con sus propias palabras y de muchas maneras, pero, como dije en otra ocasión, nunca fue comprendido y/o se lo soslayó sin más. Cuando Perón dice que “no hay recetas para conducir pueblos” (no sé si alguien se percató de que esto incluye a la doctrina peronista), también dice que el poner en juego la creatividad individual y el criterio propio es la clave. Las recetas son como una ayuda memoria,  pero no se pueden aplicar mecánicamente porque son necesarias las capacidades subjetivas del potencial conductor.

Estas consideraciones no significan disminuir la importancia de la doctrina sino que se trata de ponerla en la perspectiva y ubicación correcta que es la de ser un “elemento de la conducción”. No se la puede escindir de la conducción ni del sistema que crea el conductor para conducir.

Dije muchas veces que Cristina no es líder de conducción, nunca lo fue. Pero sí es líder de conjunto porque demostró virtudes que ningún otro dirigente tiene, hasta ahora.

Esto no significa que Cristina sea un factor que se pueda soslayar, porque no es una “dirigente más”. Su centralidad no depende de lo que hagan o no hagan los demás sino que depende de su propia capacidad para seguir impulsando a la política.

No existen garantías contra los vicios teóricos y prácticos de los seres humanos, sean militantes, politizados o masas marginadas y absorbidas por la necesidad de supervivencia económica.

No importa qué ideología adoptemos o cuál nos parezca de nuestra predilección. Eso no garantiza estar en el camino correcto. Todo depende de lo que seamos no de lo que consigamos. Y para ser mejores hay que corregir los errores con aciertos y los vicios con virtudes, para lo cual hay que ser mucho más conciente no solo en lo ideológico sino en lo humano.

Cuando los discípulos le preguntaron a Jesús cuándo era la venida del reino de Dios, Jesús les dijo que ya había venido pero no lo ven. Lo que les estaba diciendo es que el Reino de Dios lo lleva cada uno en su propio corazón y el desafío es sacarlo afuera, compartirlo.

De igual modo, el reino de un gobierno nacional y popular exitoso no va a venir de afuera o esperando algo, cada uno lo lleva en sí mismo, el desafío es descubrirlo y compartirlo con los demás.