viernes, 1 de octubre de 2021

A propósito del anuncio del proyecto de Ley del Ministro J. Domínguez.

Habrá que verlo en detalle para analizarlo. Pero ahora me propongo otra reflexión.

Hace ya varios años planteaba en la blogósfera a economistas de diversas corrientes ideológicas (ortodoxas y heterodoxas) y a varios analistas que había un problema muy serio en la economía argentina -existente desde mucho antes- con el desequilibrio entre, por un lado, la oferta de bienes al exterior, o sea las exportaciones, y, por el otro, la producción, importaciones y el consumo interno. Ilustraba ello con datos de producción, exportaciones, saldos internos, medidos en volúmenes y cantidades físicas totales y per cápita de muchos rubros de la actividad económica.

Sostenía que, por detrás de lo monetario y financiero, se escondían realidades físicas muy elocuentes para el que quisiera ver.

El asunto actual del consumo de carne, su precio, las exportaciones, etc., es emblemático del conjunto de la economía argentina, no solo del sector pecuario.

También señalaba que la medición del PBI era engañosa porque no permitía reflejar las realidades físicas fundamentales y los cambios de fase de las mismas tras las magnitudes monetarias.

La economía Argentina, desde hace aproximadamente poco más de 45 años (probablemente luego del Rodrigazo de 1975), tiene un problema de merma de la producción per cápita y por flia. consumida localmente, que no es suficientemente compensada por las importaciones. Problema agravado por la magnitud cada vez mayor de las exportaciones medidas en volúmenes y como porcentaje de la producción medida en volúmenes. Por supuesto, este problema no se nota en el 30% de la población de ingresos superiores, pero sí se nota en mayor o menor medida en el 70% restante. El comportamiento del PBI ni noticias tiene de esto ni nunca las va a tener por cómo se determinan los procedimientos para la elaboración de su medición.

El análisis riguroso de este problema fue escamoteado (e incluso negado) por una mezcla de cuestiones que tenían que ver con intereses sectoriales, deficiencias analíticas, oportunismo político e ignorancia.

Por el lado de los intereses sectoriales tanto al complejo sojero exportador, como al agroalimentario en general no les interesa en absoluto que la producción argentina sea destinada en una proporción mayor al propio mercado interno del país, por razones obvias o que debieran ser obvias: el 70% de la población argentina tiene ingresos muy alejados de los internacionales que son los que pueden consumir la producción exportable de la Argentina. Sólo un 30% de la población local tiene ingresos semejantes a los internacionales.

Esto no solo tiene que ver con la distribución del ingreso, tiene que ver con el perfil productivo de la Argentina y la naturaleza de su inserción en la globalización desde mediados de la década del ’70 del siglo pasado.

Respecto a las deficiencias analíticas podemos decir que la profesión de economista no provee las herramientas conceptuales o heurísticas necesarias para captar el problema y de cómo funciona una economía física.

Una de las razones de por qué la mayoría de los políticos no entiende esto es que se dejan encandilar por los dólares. Perón ya entendía esto perfectamente en la década del ’50. Lástima que casi ningún "peronista" de ahora lo entiende. Lamentablemente ahora es mucho peor. Los dólares son como una sarna (“con gusto no pica”), pero que sí pica a gran parte de la población argentina que padece las consecuencias indirectas sin saberlo.

Las propuestas “académicas” y del sentido común político y económico imperante que recomiendan el aumento de las exportaciones, sean agropecuarias y/o industriales, porque traen divisas es un círculo vicioso en el que se cae una y otra vez por no captar la esencia del problema.

Lo que sucedería si la Argentina exportara por 100.000 millones de U$S es que la fuga de capitales y el endeudamiento aumentaría. Argentina no es ni puede ser el sudeste asiático de posguerra.

Lo que tiene que hacer Argentina, su Estado y gobierno, en vez de hacer leyes o anuncios grandilocuentes es tapar los agujeros del barril, acumular recursos e invertirlos en la infraestructura e industria mercadointernista. Obvio que para eso tiene que tocar el comercio exterior y el sistema monetario y financiero, sin lo cual no se pueden tapar los agujeros, evitar la fuga, etc., etc.

La única manera de evaluar con certeza si en la economía argentina hay “escasez de dólares” es con los agujeros del barril tapados, de lo contrario siempre hay escasez de dólares. Escuchaba a un dirigente rural hablar de la nula fiscalización física de los bienes exportables agropecuarios que ni siquiera se pesan antes de salir por los puertos privados. Esta es una de las mil maneras de fuga de dólares, existen otras 999.

Argentina necesita empezar a alimentar de verdad a 15 millones de personas y mejorar la alimentación de otros 15 millones. Acá hay un mercado potencial de 30 millones de personas.

Para hacer eso no hace falta ni siquiera aumentar la producción, incluso podría disminuir la producción y aumentar al mismo tiempo el consumo de alimentos de 30 millones de personas, tanto en cantidad como en calidad.

Lo que acabo de enunciar parece un horror pero es lo que sucedía efectivamente cada vez que un gobierno se proponía aumentar el consumo interno y mejorar la alimentación de la población.

Cuando sucede eso el incentivo exportable deja de funcionar y la producción cae, pero la producción es excedentaria en muchísimos rubros agroalimentarios, por lo tanto hay margen para que caiga y, al mismo tiempo, aumente el consumo interno.

Para muchos puede seguir pareciendo un horror lo que acabo de decir pero es la realidad, y es mejor comprenderla que horrorizarse, porque si no la comprendemos no la podemos cambiar para mejor.

Lo ideal sería que a medida que se satisface el mercado interno (real y potencial), la producción y las exportaciones aumenten, pero no es el caso porque, cuando sucede lo primero, el incentivo para exportar disminuye y a eso le sigue una caída de la producción.

Las secuencias temporales donde hay alineación al alza entre producción, consumo interno y exportaciones no son prueba de lo contrario a lo que acabo de decir porque esas secuencias se dan luego de crisis muy graves que deprimen enormemente el consumo interno, luego (o simultáneamente) de las cuales las exportaciones aparecen como la única salida. Pero a poco de andar y recuperarse el consumo interno, vuelven los problemas de siempre (aumento de precios, disminución de los saldos para el mercado interno, etc.). Esto es lo que sucedió en 2005/6, durante el gobierno de NK. Y volvió a suceder en forma agravada ahora, luego de 4 años de jauja con Macri.

Si es verdad que el ministro Domínguez acordó con los exportadores una cuota  del 22 al 24% del total de la producción que es lo que se podría exportar, estaremos en un problema en pocos meses, porque es casi el mismo porcentaje exportado en el año 2005 que llevó a los problemas de precios en 2006, con el agravante que la población es mayor que en aquella época y los niveles de producción a duras penas acompañaron el crecimiento vegetativo de la población.

Nuestros dirigentes y funcionarios debieran saber que una parte del problema nunca puede proveer una solución al mismo.

El derrame no funciona. Exportar y exportar libremente conduce a lo que condujo en 2005/6 (24% del total producido en tn. de res con hueso se exportaron) y a lo que condujo ahora (30% del total producido en tn. de res con hueso se exportaron), porque uno de los problemas que tiene es que el “estómago de las personas no tiene punto óptimo” (JDP). El 30% exportado en un año equivalen a casi 1.000 millones de Kg., lo que pudo haber alimentado a casi 20 millones de personas.

¿Se dan cuenta cuál es el problema?.

Tener un mercado interno en expansión, donde aumente el consumo de unas 15 millones de personas pobres, no depende de políticas que incentiven exportaciones (esto es caer en el círculo vicioso de siempre), sino de políticas diseñadas para la expansión de la producción para el mercado interno y la construcción de infraestructura sanitaria, educativa, energética o de transporte. Eso es lo que va a aumentar el empleo y, con ello, la cantidad de consumidores en el mercado interno. Así se forma el círculo virtuoso.

La capacidad exportadora de la Argentina no debe ser una premisa de su desarrollo (acá está la trampa) sino que debe ser consecuencia de su desarrollo.