En la matriz teórica que propuse para comprender la dinámica del proceso global atendiendo a la relación entre el Imperio y los escenarios locales con potencialidad de tornarse Estados Nacionales (soberanía), la clase dominante -constituida por combinaciones oligárquicas globales a predominio angloamericanas- reacciona a la crisis de su dominio normal (lo que muchos llaman “neoliberalismo” más el respeto de la formalidad democrática), esencialmente de dos formas:
1) Tratando de reconducir al dominio normal, conservando el
control de la administración de la crisis.
En caso de fracaso en este intento, pierde el control de la
administración de la crisis y le es difícil controlar con el nuevo personal
político local que surge a partir de ese fracaso.
En condiciones de crisis sistémicas (burbujas especulativas,
caídas de la economía real, etc.), el dominio normal es difícil de sostener en
cada vez más localidades. Como consecuencia de ello, alumbran perspectivas que
abonan el terreno para el surgimiento del Estado Nacional (soberanía), frente a
lo cual, la clase dominante global se aleja del “neoliberalismo” más o menos
democrático que le servía para el dominio normal y ensaya lo que vengo
denominando desde hace mucho:
2) La “geopolítica de guerra”.
Esta geopolítica de guerra adopta dos formas según el grado
y las particularidades del escenario local:
a) Lo que se denomina lawfare, que es la subversión de los
mecanismos institucionales del escenario local.
b) Subversión, terrorismo y guerra militar.
Ni a) ni b) son asuntos de gobiernos o élites locales, sean
de acá o de otras latitudes.
La geopolítica de guerra es, estrictamente hablando, una
estrategia de oligarquías globales que controlan resortes de inteligencia y
seguridad (FBI, NSA, CIA, MI 5 y 6,
etc., etc.), militares (complejo militar industrial, OTAN), financieros (Wall
Street, por ej. Vanguard Group propietaria de Raytheon; la City de Londres), parte
del Depto. de Justicia en EE.UU., mediáticos (NYT, FT, CNN, redes sociales, etc.).
Esas oligarquías colonizan estructuras estatales en EE.UU. y
Gran Bretaña que están predominantemente a su servicio. Cuando en el mundo
angloamericano se habla de la tan mentada “seguridad nacional”, en rigor se
está hablando de la “seguridad oligárquica”.
Por la experiencia del lawfare en diversos lugares (Ecuador,
Brasil, Bolivia, etc.) puede discernirse que se pone en movimiento a partir de
la interacción de jueces y fiscales locales con funcionarios judiciales y de
seguridad mencionados arriba (Depto. de Justicia o FBI en EE.UU., por ej.),
directamente o por medio de las embajadas. Los resortes mediáticos (TV,
diarios, radios, etc., etc) detonan el proceso con las denuncias
“periodísticas”, lo que se traslada a los tribunales de justicia.
El objetivo es anular la acción e influencia de líderes que
promueven los intereses del pueblo por medio del Estado Nacional soberano. Esto
se logra a través de la proscripción judicial (impedimento a desempeñar cargos
públicos), el exilio, la destitución de autoridades, etc.
Los operadores locales del lawfare no son los enemigos, son
objetos de la clase dominante. Cuando las oligarquías globalistas consideren
que no les sirven más, los descartan y los reemplazan.
Con la subversión, el terrorismo y la guerra militar, es lo
mismo solo que en un grado más intenso y con un alcance “internacional” mayor.
Acá, los objetos de la clase dominante oligárquica pueden ser países que se
usan como carne de cañón (por Ej. Ucrania) al servicio de perjudicar a terceros
países que son considerados como amenazas (por ej., China y Rusia).
En resumen, la clase dominante que es global, durante su
dominio normal usa al neoliberalismo más o menos democrático. Pero, cuando
entra en crisis su dominio normal y fracasa en el intento de reconducirla,
recurre a la geopolítica de guerra. Hay ejemplos históricos y del presente.
Dónde está el peligro.
El peligro está en que, cuando la geopolítica oligárquica de guerra logra imponerse, sea por vía del lawfare o de la subversión, terrorismo o guerra militar, el cambio de régimen que logra va a intentar ser refrendado mediante elecciones, buscando, así la legitimación del nuevo régimen. Se trata de una suerte de “plebiscito” para el nuevo régimen surgido del forzamiento y la subversión del régimen legítimo y legal anterior.
La “legitimación” así obtenida es producto de la subversión
del régimen previo, sin la cual esa legitimación nunca hubiera ocurrido. Pero,
cuando se cuenta la historia, en la confusión de la maraña de acontecimientos,
se soslayan las fuerzas oligárquicas que impulsaron la subversión que condujo
al cambio de régimen y la posterior “legitimación” electoral. De ahí a creer
que fue el pueblo el que quiso eso hay un solo paso, porque la legitimación la
operan personajes locales que son los que dan la cara, mientras los autores
intelectuales extranjeros observan, vigilan y corrigen, en caso necesario,
desde trastienda.
Esto es lo que pasó en Alemania en marzo de 1933, cuando
Hitler gana las elecciones en medio de la intimidación y represión que había
desatado desde que había sido nombrado canciller el 30 de enero de 1933.
En efecto, luego de que Hitler perdiera 2 millones de votos
entre las elecciones de mediados de 1932 y la de fines de ese año, cuando
parecía que la alternativa Hitler se iba al tacho (hasta hubo cartas de Hitler
hablando de suicidio luego de conocerse el resultado de la primera elección de
mediados de 1932), en menos de tres meses logra ser nombrado canciller (en
golpe palaciego y con ayuda del financiamiento externo del partido nazi:
Montagu Norman, Harriman, Prescott Bush, por ej.) y, a partir de ahí, se dedica
a eliminar físicamente a todos sus opositores y a intimidar y amedrentar
cualquier atisbo de oposición. En ese marco gana las elecciones de marzo de
1933, es decir, un marco generado por un cambio de régimen y forzamiento
institucional, impulsado tras bastidores por importantes elementos de la
oligarquía angloamericana.
Recordemos que la crisis de los años ’30, detonada por el
crack de Wall Street del ’29, afectó profundamente al mundo de ese entonces,
provocando una pobreza galopante en EE.UU., con muchas repercusiones a nivel
mundial.
En EE.UU. las oligarquías globales de aquellos días
intentaron reconducir al dominio normal, pero les salió mal por el surgimiento
del liderazgo de FDR que promovía disminuir la influencia de los Bancos al
tiempo que ensayaba políticas de reparación social.
En Alemania, casi simultáneamente, recurrieron al cambio de
régimen mediante la geopolítica de guerra, facilitando la llegada de Hitler al
poder.
El peligro reside entonces en que las clases oligárquicas
globales saben que, aunque pierdan resortes en los escenarios locales durante
las crisis sistémicas, pueden impedir, mediante la geopolítica de guerra y el
cambio de régimen, que se conviertan en Estados Nacionales soberanos. No solo
esto. También pueden lograr que sus elementos controlados nazistoides o fascistoides
se plebisciten una vez subvertido el régimen anterior, aprovechando el malestar
económico de amplios sectores de la población, el miedo, el fanatismo de grupos
reducidos que, en ese caldo de cultivo, pueden llegar a crecer. Una vez que
logran inclinar la cancha de esa forma, las cosas marchan casi solas.
Ya se ven atisbos de esto en Argentina, cuando grupos pequeños
apadrinados en las sombras por algún personaje impune con cierto poder
económico (pero relacionado al establishment angloamericano) amedrentan
periodistas en canales de TV o a dirigentes de los movimientos sociales o
recurren a simbologías violentas en manifestaciones, etc., etc.
Esto que nos parece ahora marginal, va a dejar de serlo en
la medida que perdure la insatisfacción en las condiciones económicas de
amplias capas de la población y la geopolítica oligárquica de guerra logre
meter una cuña y tenga éxito en el escenario local.
En tal caso, lo que ocurrirá es que se subvertirán las
coordenadas políticas conocidas y normales, y las figuras del cambio de régimen
obtendrán en algún momento el respaldo popular, y, lograrán así, desatar el
infierno desde el control mismo de las estructuras del Estado. Los cuatro años
de gobierno de Macri van a ser un juego de niños comparado con esto.
Esto pasó en Ucrania en 2014. Los grupos nazis en este país
antes de 2014 eran absolutamente minoritarios. Luego del Maidan, con el inestimable
apoyo de V. Nuland -Obama-Biden, tienen una ascendencia electoral mayor. Con el
agravante que “oligarcas” ucranianos (bajo la protección de la clase dominante
occidental) formaron milicias privadas que se incorporaron a la estructura del
Estado oficial.
Los dirigentes más concientes deben entender esto, porque,
si se deja pasar el tiempo, el caldo de cultivo va a ser cada vez más favorable
a esas alternativas terribles, y luego va a ser muy difícil volver a
coordenadas políticas más normales.
Necesitamos un liderazgo de conducción que neutralice la
geopolítica de guerra en nuestro país, tratando de anular los efectos de la
interacción de los personajes locales con las usinas externas que la promueven.
Se necesita mucha astucia e inteligencia. Lo que hay que hacer es impedir que
se forme el caldo de cultivo, no olvidándonos que, una vez formado, las cosas
terribles que ocurran van a ser relativizadas, normalizadas y cotidianizadas.
Gran parte de la población no verá que sucedan cosas terribles aunque sí
sucedan.
Fijarse el mismo planteo en relación al caso de Brasil, ver
aquí en comentarios a este post:
http://astroboy-en-multiverso.blogspot.com/2018/10/gano-bolsonaro.html