"Siglos y siglos de historia y siempre vivimos en el presente" (J. L. Borges).
Ni el espacio ni el tiempo, ni la realidad política, social, económica, personal o familiar, es una colección, amalgama o suma de partes. Es la necesidad de la didáctica lo que lleva a dividir en partes. La realidad es un flujo ininterrumpido, una simultaneidad eterna.
Las personas, las familias, las clases sociales o los países siempre están situadas por algo mayor, por algo que los trasciende aunque no se perciba a simple vista. Siempre estamos arriba de una plataforma que va en determinada dirección, aunque no se note ni el movimiento ni la dirección. Ocurre como con las placas tectónicas, no las vemos ni las sentimos pero tienen la eficacia de mover continentes enteros.
Arriba de la plataforma percibimos los movimientos de las personas y agrupaciones -a la derecha, a la izquierda, al centro- sin percatarnos de que esos movimientos están englobados por otro mayor subyacente. Esto es lo que conduce a los acontecimientos sorpresivos (para algunos agradables, para otros desagradables). Aparece o se manifiesta algo que estuvo subyacente, casi oculto a la "opinión pública" (o publicada).
El mecanismo subjetivo de la singularidad.
Einstein decía -con gran lógica y sabiduría- que no se pueden pretender resultados distintos haciendo siempre lo mismo. Para conseguir otro resultado hay que hacer algo diferente, algo que no es "normal" bajo los parámetros habituales (del "siempre lo mismo").
Ese "hacer algo diferente" son prácticas diferentes con mentalidad diferente de los sujetos que las hacen. Por lo general, estos sujetos son excepcionales (en el sentido literal de la palabra). Esa excepcionalidad es una característica de los líderes de "conducción política" (como entendía JDP este concepto, es decir como arte de creación y ejecución; ver "Conducción Política").
¿Cómo es posible que de la interacción entre esta clase de sujeto (líder de conducción) y las masas pueda salir un acontecimiento tan grande?
Esta clase de sujetos suelen formar ámbitos más o menos privados o más o menos públicos donde se constituyen interlocutores que son testigos conscientes o inconscientes del proceso mental del líder, de su lógica, de su modo de razonar, de sus emociones, de su empatía, de su realismo, de su imaginación. Eso es imprescindible para el líder puesto que si bien la masa lo sigue por "intuición", necesita de auxiliares con un mínimo nivel de comprensión para poder ejecutar lo que ha creado.
A veces, los "interlocutores" más conscientes pertenecen a la intimidad propia de la persona que es líder. Salvando las distancias y proporciones, es lo que ocurrió con Perón y Evita y con Néstor y Cristina. Ese tipo de interacción digamos, íntima, independientemente de las formas que adopte (complementación armónica o unidad de opuestos) suele potenciar el radio de acción de los líderes.
Durante casi los dos años que transcurrieron desde la creación de la Secretaría de Trabajo y Previsión a fines de 1943 hasta el 17 de octubre de 1945, el Coronel JDP estableció diálogo con miles de dirigentes sindicales de una amplia variedad ideológica (anarquistas, socialistas, comunistas). Escuchaba sus inquietudes, reclamos y aspiraciones y les daba su parecer, sin prometerles nada. Luego, aparecían la mayor parte de esos reclamos resueltos, incluso de un modo que excedía las expectativas de esos dirigentes. Es decir, no solo escuchaba y predicaba, sino que daba el ejemplo al satisfacer las demandas.
Pero no era solamente el escuchar, predicar y hacer. Era el cómo hacerlo. JDP era una persona totalmente desprejuiciada, trataba a todos con absoluta cordialidad y atención, independientemente de la naturaleza y apariencia de sus interlocutores ocasionales. Su "magnetismo personal" radicaba en sus numerosas y genuinas cualidades personales, no en el manejo de las apariencias. Todo eso combinado con una profunda formación intelectual adquirida en su vida militar (hasta hoy incomprendida por la mayoría de los intelectuales académicos), conformaba una personalidad fuera de lo común.
Tenía una capacidad tremenda para organizar lo que sea, hacer balances profundos de sucesos y procesos recientes y sacar enseñanzas de forma optimista. No solo estaba desprovisto de prejuicios sino de cualquier tipo de fanatismo. Era muy racional, pero no carecía de emotividad; no era dogmático y poseía altas dosis de creatividad tanto en la concepción como en la ejecución.
Las profundas reformas económicas, políticas y sociales que eran necesarias para realizar los principios de justicia social y bienestar general que anhelaba vivían (durante los años de gestación) solo en su mente. Era la única mente que podía imaginar esas reformas no sólo como posibilidad sino como probabilidad concreta. Al mismo tiempo, era consciente de que esa probabilidad dependía del éxito de su propia práctica y, tal éxito, dependía de su capacidad para transformar a las masas y a sí mismo.
"Transformación de la masa en Pueblo".
Para JDP existía una diferencia de carácter cualitativo entre "masa" y "pueblo".
Para él la "masa" y el "pueblo" tienen una identidad, digamos, física, porque se trata del agregado de las mismas personas. Pero no hay tal identidad en el plano "espiritual", si se quiere, o de la conciencia.
La "masa" es el estado "normal" o espontáneo, reactivo contra la injusticia social, pero sin sentido de orientación positiva ni carácter constructivo ni doctrina. Está sujeta a los caprichos de los caudillos o los jefes de facción. La masa sería la portadora de los síntomas del modelo de injusticia social.
Esta es la materia prima con la que se encuentra el líder potencial al comenzar su trabajo de transformación. En este punto de partida el potencial líder sabe que, en ese estado de "masas", no puede haber solución, por más heroicas que sean sus luchas. A diferencia del marxismo y sus variantes, la "lucha de clases" no es en sí solución de nada, es solo un llamado de atención de que hay que construir una solución.
El potencial líder de conducción, en sus interacciones con el entorno, los dirigentes gremiales y sociales, en los actos públicos y a través de los mensajes en los medios masivos de la época (radiofonía), va transmitiendo una doctrina, un modo de apreciar lo que pasa y de cómo orientarse para resolver los problemas sociales. Esto, consciente o inconscientemente produce efectos en los individuos, en sus intuiciones. Les da un sentido de confianza y de expectativas positivas.
El punto en que la mayoría de los individuos entiende intuitivamente el significado de las tres banderas (soberanía política, independencia económica y justicia social) y esa causa la identifica con un nombre propio, es la señal de la presencia del "pueblo". Perón usaba la expresión "patean para el mismo lado", ya tienen un objetivo.
Este es el sujeto del acontecimiento. El líder ya no es en potencia, es en acto.
El "pueblo", a diferencia de la "masa", ya es portador de la solución. Es la prueba (corroboración) que necesita el líder de conducción para saber que su teoría y práctica dio resultado.
¿Puede existir el pueblo sin un líder?
La respuesta es no. Cuando el líder muere o es derrocado, el pueblo vuelve a ser masa, puesto que ya no existe más el tipo de interacción que dio lugar a que la masa se transforme en pueblo. En estas condiciones, en ausencia del líder de conducción, los espacios son ocupados por "referentes" políticos, caudillos, jefes de facción, etc., etc. Todo va volviendo a la "normalidad", es decir, el modelo de injusticia social y la masa reactiva, portadora de los síntomas que dicho modelo genera.
Por eso es tan necesario que aparezcan con más frecuencia los líderes de conducción, porque, así, va a haber más tiempo de duración del pueblo. El círculo virtuoso durará más, y el vicioso menos.
Cuanto más una sociedad o una gran parte de ella, esté expuesta a la influencia subjetiva de un líder de conducción, a su capacidad, agudeza, inspiración y creatividad, más probabilidades tiene esa sociedad de ser capaz de darse gobiernos, sistemas y modelos que promuevan el bienestar general y la justicia social. Y cuanto más frecuente sea ese tipo de influencia, más duraderos van a ser los efectos sociales derivados de satisfacer esos principios.
¿Por qué es necesaria la conducción política?
La respuesta es simple: es la única clase de conducción que puede reunir un conjunto de voluntades lo suficientemente grande e, inevitablemente, heterogéneo, que puede sobreponerse a la masa que mueve el sistema oligárquico.
Perón era plenamente consciente de que el sistema oligárquico que se le oponía era un sistema de carácter mundial que usaba soportes locales. En consecuencia, la exigencia de la conducción política es directamente proporcional a la fuerza que se le opone. La fuerza que se le opone no son personajes locales, eso es en apariencia. Atrás de esa apariencia está la fuerza del sistema oligárquico mundial, que es algo muchísimo más grande que las fuerzas que pueda haber en una localidad.
Es por eso que, para vencer a esa fuerza, es necesario un frente extraordinariamente amplio, que solo puede ser conformado por las capacidades del conductor político.
Pero ese frente no es un fin en sí mismo, es la herramienta que permite acceder al gobierno y poder intervenir en el Estado para hacerlo nacional. El Estado Nacional es la herramienta que tiene el pueblo para decidir por sí, en su propio beneficio, sin que poderes superiores a ese Estado puedan distorsionar esa decisión.
Hay que entender de una vez que nada puede ser más progresista que defender la causa del Estado Nacional soberano y de una comunidad de naciones soberanas a nivel internacional, porque esta es la única institución que sirve para mejorar las condiciones materiales y espirituales de los seres humanos.