Porque en todos los países del planeta existe en acto o en potencia la lucha de las clases populares por constituir su Estado Nacional soberano.
Cuando es en acto, inmediatamente se le opone una voluntad contraria, esto es la voluntad oligárquica globalista, que es enemiga de todo lo que suponga soberanía puesto que ésta supone, al tender a nacionalizar resortes y recursos fundamentales, debilitar las bases del sistema oligárquico.
En el mundo existe un proceso Imperial protagonizado por Estados de “grandes potencias” colonizados por combinaciones oligárquicas globales a cuyo servicio están.
Es por ello que los intereses oligárquicos (que solo tienen nacionalidad nominal) quedan camuflados por los mal llamados “intereses nacionales” sean de grandes potencias o países medianos y pequeños.
Es el viejo truco que el marxismo ayudó a revelar: cómo los intereses de una clase social (en este caso la oligarquía) se hacen pasar por los intereses de toda la sociedad y de la Nación misma. El problema del marxismo, en la mayoría de sus vertientes (y muchos nacional-populares), fue que falló en identificar a esa clase social y a qué estructura responde. Esto jugó (sin quererlo) a favor de la dominación oligárquica global (al invisibilizarla) puesto que la mayoría de los análisis pivoteaba sobre las burguesías de cada país y sus sociedades con la de los países “centrales”, en el caso del marxismo; y, en el caso de los nacional-populares (incluido peronistas diversos), la centralidad la tenía la prepotencia “imperialista de los Estados de las grandes potencias”.
Hay una influencia, explícita o implícita, muy grande, lamentablemente, todavía, de las doctrinas geopolíticas del tipo “equilibrio de poderes” o “choque de civilizaciones”, creada por los ideólogos de la geopolítica oligárquica. Son doctrinas inventadas que no describen tendencias reales de los Estados soberanos verdaderos, sino justificaciones de las tendencias reales de los Estados colonizados por oligarquías globales. La geopolítica oligárquica nunca se confiesa, se revela por las acciones de los Estados que controla.
Entonces, en esta perspectiva oligárquica bastante bien encubierta (su carácter oligárquico), cualquier suceso “internacional” se remite a “seguridad nacional”, “rivalidades”, “competencia”, “zonas de influencia”, incluso guerras frías o calientes, entre los países (supuestamente soberanos), haciendo creer que la soberanía de los Estados es la unidad de análisis fundamental de la política internacional. Y que es todo un juego de suma cero en el que si uno gana el otro pierde. Todo esto que en realidad es aparente, pasa por real.
El tratamiento de las “noticias internacionales” a nivel local (de cada país), lejos de clarificar, también refuerza la perspectiva antedicha. Lamentablemente, los medios de comunicación progresistas caen en la misma confusión.
¿Qué hay más allá de las apariencias?
Lo que hay es un proceso protagonizado por un Imperio que realiza los intereses de las oligarquías globales (sin nacionalidad real, solo de nacionalidad nominal). En la época histórica en que vivimos, la hegemonía la sustentan las combinaciones nominalmente “angloamericanas”, que son las que controlan más férreamente resortes y recursos fundamentales muy concretos que le otorgan su poder e influencia: a) el complejo militar-industrial; b) las agencias mundiales de comunicación; c) los instrumentos de control geopolítico: agencias de inteligencia, organizaciones militares internacionales, organismos multilaterales, Estados, etc.; d) el sistema monetario y financiero: Wall Street y la City de Londres, Reserva Federal, Banco Central Europeo, etc.; e) comercio exterior en multitud de países.
Los individuos-agentes que controlan esos resortes y recursos constituyen una oligarquía, usan el poder que les da ese control para consolidar un Imperio, no para fortalecer a una nación en particular y/o mejorar las condiciones sociales del pueblo que vive en ella.
La diversidad existente en el mundo es tremenda, a nivel de los idiomas, culturas, territorios, idiosincrasias, sociedad, etc.. Junto a esa diversidad, también la desigualdad es tremenda: económica, social, de ingresos, científica y tecnológica, etc.
Pero en este mundo diverso y desigual, todos tienen el mismo enemigo (las oligarquías globales) y los mismos amigos (los que luchan por la soberanía en sus propios países).
Cada país tiene su propia tradición patriótica. Los patriotas de cada uno de los países saben que su propia lucha por liberarse de los intereses oligárquicos y construir su Estado Nacional soberano a fin de mejorar las condiciones materiales y espirituales de su pueblo, es el derecho que les asiste a los de los otros países.
Las contradicciones fundamentales, en acto o en potencia, entre los pueblos y las oligarquías, atraviesan a todas los posicionamientos políticos e ideológicos. Puede haber patriotas conservadores y progresistas y también puede haber oligarquistas o globalistas conservadores y progresistas.
Adherir a un conjunto de axiomas y postulados partidarios no garantiza que se esté del lado correcto de la contradicción fundamental.
Por eso es mejor tratar de orientarse en la realidad por medio de ideas-hipótesis, aunque desafíen a los axiomas y postulados prevalecientes, que pasarse la vida haciendo deducciones por más elegantes que sean.
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