Algunos analistas e intelectuales -incluso peronistas- a los que les gusta aparecer como “neutrales” y desapasionados, y que presumen de haber alcanzado cierto nivel intelectual que les permite captar matices en su infinita complejidad, viven el día a día en forma “indiscriminada”, indistinta, como si el tiempo solo fuera una sucesión interminable de lo mismo. Algo así como el “eterno retorno”.
Si bien Cristina no es líder de “conducción” (ver JDP), su liderazgo es una suerte de maldición no solo para el establishment sino para los del palo propio. Y ello por diferentes razones.
Parafraseando a un ideólogo muy importante que tuvo el peronismo histórico “CFK es el hecho maldito del país oligárquico”.
Ya dije en una ocasión que, si no fuera por la existencia de Cristina, la realidad hoy sería como la década del ’90 pero en su versión comedia.
Esa década causó estragos en toda una generación de militantes y de dirigentes políticos. Esos estragos fueron económicos, políticos, ideológicos, sociales y culturales. Se aceptaron como normales cosas absolutamente perversas. Se quiso convencer a todos los demás de que lo perverso era en realidad normal.
Sin embargo, Cristina, fue una de las pocas que salió indemne de esa segunda década infame. En estas cosas debe haber como una suerte de “marca de nacimiento” que prefigura el destino de las personas. En algún momento lo denominé “obstinación estratégica”. Si la Argentina todavía tiene esperanza es por ese factor subjetivo que anida en esta mujer.
Esto puede sonar increíblemente exagerado para algunos: que un país todo, formado por millones de personas, dependa de la subjetividad de una sola persona.
Sin embargo, es exagerado para los que no comprenden ni la historia ni el papel de los liderazgos individuales en los cambios históricos.
JDP era muy certero cuando decía que la calidad de las organizaciones depende de la calidad de sus dirigentes. Y, por extensión, la calidad de un pueblo depende de la de su liderazgo. Es que no puede ser de otra manera, porque lo que produce los cambios que conducen a mejorar las condiciones materiales y espirituales de los seres humanos son la capacidad creativa de los líderes, de su tenacidad y capacidad tanto en la concepción como en la ejecución. Y esos atributos o cualidades son de personas, no son de instituciones o instancias impersonales.
Por más consolidada que esté una institución u organización cualquiera sea, su valor residirá en las personas que la conduzcan. Por eso JDP insistía tanto en la formación política, la cultura política y el cultivo de las virtudes personales. Al final de todo, lo que desequilibra la balanza es esto, no la ideología.
Los líderes de conducción logran armar plataformas muy grandes sobre las cuales los individuos y agrupaciones tienen una amplia libertad de movimientos, pero la dirección de la plataforma misma es responsabilidad exclusiva del líder de conducción.
Todo ocurre como si el líder de conducción habitara en dos geometrías distintas, mientras que el resto de las personas solo habitan en una.
En efecto, una geometría es el arriba, abajo, derecha e izquierda de los que están sobre la plataforma. Direcciones que son consideradas en términos absolutos porque no pueden ver la dirección de la plataforma misma. En cambio, para el líder de conducción esa geometría es relativa puesto que él o ella están viendo también las coordenadas sobre la que se mueve la plataforma misma que ha creado, que no son las mismas coordenadas que ven las personas que se mueven sobre ella.
Al líder o a la líder de conducción le interesa que los múltiples movimientos de las personas y agrupaciones sobre la plataforma queden subsumidos en el movimiento general de la plataforma misma, movimiento cuya dirección está orientada por el liderazgo.
No es casualidad que el peso de las palabras en boca de Cristina sea muchísimo mayor que en boca de cualquier otro. No es suerte tampoco (bueno, quizá un poco) ni magia.
Es su “obstinación estratégica” y el coraje de afrontar el pagar el precio necesario (hasta con la propia vida) lo que hace que su palabra pese tanto. Es decir, es la capacidad de concepción y de acción de esa persona lo que hace que sus palabras tengan poder. En última instancia la inmortalidad (quedar en la historia para siempre) se trata de esto.
Si el mundo todavía avanza en algún sentido positivo o si existe todavía la esperanza es por esta clase de personas. No importa donde nazcan o de donde sean.
El liderazgo y la capacidad de conducción son un dato de la naturaleza humana. Está en potencia en el ser humano y no existe ningún poder unilateral económico, militar, psicológico, ideológico o científico que pueda hacer desaparecer esa potencialidad, esa cualidad de la naturaleza humana.
Pueden matar a la persona que lo hace acto, pero no pueden cambiar la naturaleza humana que lo porta en potencia.
Por eso el poder oligárquico nunca es omnímodo. Puede haber épocas en que campea más a sus anchas. Pero siempre está la posibilidad de que surja el liderazgo de conducción que pone en evidencia las limitaciones de ese poder.
Es por eso que el poder oligárquico está cómodo con las masas sin liderazgo y muy incómodo con las que logran darse liderazgo, logrando la transformación de masa en pueblo.