Habrá que verlo en detalle para analizarlo. Pero ahora me propongo otra reflexión.
Hace ya varios años planteaba en la blogósfera a economistas
de diversas corrientes ideológicas (ortodoxas y heterodoxas) y a varios analistas que
había un problema muy serio en la economía argentina -existente desde mucho
antes- con el desequilibrio entre, por un lado, la oferta de bienes
al exterior, o sea las exportaciones, y, por el otro, la producción,
importaciones y el consumo interno. Ilustraba ello con datos de producción,
exportaciones, saldos internos, medidos en volúmenes y cantidades físicas
totales y per cápita de muchos rubros de la actividad económica.
Sostenía que, por detrás de lo monetario y financiero, se
escondían realidades físicas muy elocuentes para el que quisiera ver.
El asunto actual del consumo de carne, su precio, las
exportaciones, etc., es emblemático del conjunto de la economía argentina, no
solo del sector pecuario.
También señalaba que la medición del PBI era engañosa porque
no permitía reflejar las realidades físicas fundamentales y los cambios de fase
de las mismas tras las magnitudes monetarias.
La economía Argentina, desde hace aproximadamente poco más
de 45 años (probablemente luego del Rodrigazo de 1975), tiene un problema de
merma de la producción per cápita y por flia. consumida localmente, que no es suficientemente
compensada por las importaciones. Problema agravado por la magnitud cada vez
mayor de las exportaciones medidas en volúmenes y como porcentaje de la
producción medida en volúmenes. Por supuesto, este problema no se nota en el
30% de la población de ingresos superiores, pero sí se nota en mayor o menor
medida en el 70% restante. El comportamiento del PBI ni noticias tiene de esto
ni nunca las va a tener por cómo se determinan los procedimientos para la
elaboración de su medición.
El análisis riguroso de este problema fue escamoteado (e
incluso negado) por una mezcla de cuestiones que tenían que ver con intereses
sectoriales, deficiencias analíticas, oportunismo político e ignorancia.
Por el lado de los intereses sectoriales tanto al complejo
sojero exportador, como al agroalimentario en general no les interesa en
absoluto que la producción argentina sea destinada en una proporción mayor al
propio mercado interno del país, por razones obvias o que debieran ser obvias:
el 70% de la población argentina tiene ingresos muy alejados de los
internacionales que son los que pueden consumir la producción exportable de la
Argentina. Sólo un 30% de la población local tiene ingresos semejantes a los
internacionales.
Esto no solo tiene que ver con la distribución del ingreso,
tiene que ver con el perfil productivo de la Argentina y la naturaleza de su
inserción en la globalización desde mediados de la década del ’70 del siglo
pasado.
Respecto a las deficiencias analíticas podemos decir que la
profesión de economista no provee las herramientas conceptuales o heurísticas
necesarias para captar el problema y de cómo funciona una economía física.
Una de las razones de por qué la mayoría de los políticos no
entiende esto es que se dejan encandilar por los dólares. Perón ya entendía
esto perfectamente en la década del ’50. Lástima que casi ningún "peronista" de
ahora lo entiende. Lamentablemente ahora es mucho peor. Los dólares son como
una sarna (“con gusto no pica”), pero que sí pica a gran parte de la población
argentina que padece las consecuencias indirectas sin saberlo.
Las propuestas “académicas” y del sentido común político y
económico imperante que recomiendan el aumento de las exportaciones, sean
agropecuarias y/o industriales, porque traen divisas es un círculo vicioso en
el que se cae una y otra vez por no captar la esencia del problema.
Lo que sucedería si la Argentina exportara por 100.000
millones de U$S es que la fuga de capitales y el endeudamiento aumentaría.
Argentina no es ni puede ser el sudeste asiático de posguerra.
Lo que tiene que hacer Argentina, su Estado y gobierno, en
vez de hacer leyes o anuncios grandilocuentes es tapar los agujeros del barril,
acumular recursos e invertirlos en la infraestructura e industria
mercadointernista. Obvio que para eso tiene que tocar el comercio exterior y el
sistema monetario y financiero, sin lo cual no se pueden tapar los agujeros,
evitar la fuga, etc., etc.
La única manera de evaluar con certeza si en la economía
argentina hay “escasez de dólares” es con los agujeros del barril tapados, de
lo contrario siempre hay escasez de dólares. Escuchaba a un dirigente rural
hablar de la nula fiscalización física de los bienes exportables agropecuarios que ni siquiera se pesan antes de salir por los puertos privados. Esta es una de
las mil maneras de fuga de dólares, existen otras 999.
Argentina necesita empezar a alimentar de verdad a 15 millones
de personas y mejorar la alimentación de otros 15 millones. Acá hay un mercado potencial de 30 millones de personas.
Para hacer eso no hace falta ni siquiera aumentar la
producción, incluso podría disminuir la producción y aumentar al mismo tiempo
el consumo de alimentos de 30 millones de personas, tanto en cantidad como en
calidad.
Lo que acabo de enunciar parece un horror pero es lo que
sucedía efectivamente cada vez que un gobierno se proponía aumentar el consumo
interno y mejorar la alimentación de la población.
Cuando sucede eso el incentivo exportable deja de funcionar
y la producción cae, pero la producción es excedentaria en muchísimos rubros agroalimentarios,
por lo tanto hay margen para que caiga y, al mismo tiempo, aumente el consumo
interno.
Para muchos puede seguir pareciendo un horror lo que acabo
de decir pero es la realidad, y es mejor comprenderla que horrorizarse, porque
si no la comprendemos no la podemos cambiar para mejor.
Lo ideal sería que a medida que se satisface el mercado
interno (real y potencial), la producción y las exportaciones aumenten, pero no
es el caso porque, cuando sucede lo primero, el incentivo para exportar
disminuye y a eso le sigue una caída de la producción.
Las secuencias temporales donde hay alineación al alza entre
producción, consumo interno y exportaciones no son prueba de lo contrario a lo
que acabo de decir porque esas secuencias se dan luego de crisis muy graves que
deprimen enormemente el consumo interno, luego (o simultáneamente) de las
cuales las exportaciones aparecen como la única salida. Pero a poco de andar y
recuperarse el consumo interno, vuelven los problemas de siempre (aumento de
precios, disminución de los saldos para el mercado interno, etc.). Esto es lo
que sucedió en 2005/6, durante el gobierno de NK. Y volvió a suceder en forma agravada ahora, luego de 4 años de jauja con Macri.
Si es verdad que el ministro Domínguez acordó con los
exportadores una cuota del 22 al 24% del
total de la producción que es lo que se podría exportar, estaremos en un
problema en pocos meses, porque es casi el mismo porcentaje exportado en el año
2005 que llevó a los problemas de precios en 2006, con el agravante que la
población es mayor que en aquella época y los niveles de producción a duras
penas acompañaron el crecimiento vegetativo de la población.
Nuestros dirigentes y funcionarios debieran saber que una
parte del problema nunca puede proveer una solución al mismo.
El derrame no funciona. Exportar y exportar libremente conduce
a lo que condujo en 2005/6 (24% del total producido en tn. de res con hueso se
exportaron) y a lo que condujo ahora (30% del total producido en tn. de res con
hueso se exportaron), porque uno de los problemas que tiene es que el “estómago
de las personas no tiene punto óptimo” (JDP). El 30% exportado en un año equivalen
a casi 1.000 millones de Kg., lo que pudo haber alimentado a casi 20 millones
de personas.
¿Se dan cuenta cuál es el problema?.
Tener un mercado interno en expansión, donde aumente el
consumo de unas 15 millones de personas pobres, no depende de políticas que
incentiven exportaciones (esto es caer en el círculo vicioso de siempre), sino
de políticas diseñadas para la expansión de la producción para el mercado interno
y la construcción de infraestructura sanitaria, educativa, energética o de
transporte. Eso es lo que va a aumentar el empleo y, con ello, la cantidad de
consumidores en el mercado interno. Así se forma el círculo virtuoso.
La capacidad exportadora de la Argentina no debe ser una
premisa de su desarrollo (acá está la trampa) sino que debe ser consecuencia de
su desarrollo.
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