martes, 2 de noviembre de 2021

No existe una emergencia climática.

La agenda del mentado “cambio climático” o calentamiento global causado por el ser humano y las metas de “descarbonización” como política que se desprende de ella, es una diseñada por intereses oligárquicos globales a predominio angloamericanos. Esa agenda es incompatible con los intereses de los pueblos y de sus Estados Nacionales soberanos ya que el cumplimiento, si se da en la práctica, de esas metas, va a perjudicar el desarrollo económico, la calidad de vida de la población y ocasionará una caída demográfica significativa.

¿Por qué, sin embargo, esa agenda logró introducirse en muchos países a nivel mundial, incluido el nuestro?.

La respuesta es sencilla. La “geopolítica oligárquica”, que cuenta con un amplio y variado repertorio de recursos humanos y materiales, es muy hábil en asustar a la gente, produciendo shocks de todo tipo (políticos, económicos, financieros, terroristas, militares, climáticos, etc.), buscando captar y aprovecharse de la credulidad del público desprevenido, ávido de “buenas o nobles causas”.

Es por esta razón que tal agenda sea tan sensible a la ideología progresista en numerosos países ya que al público afín o simpatizante de ese espacio político e ideológico le resulta cada vez más difícil encontrar causas nobles.

También resulta notable cómo necesidades internas de la profesión de periodista relacionadas tanto al “discurso periodístico” en sí (la presión por llenar huecos o espacios libres) como a las necesidades económicas (lisa y llanamente el financiamiento más o menos opaco para que se hablen de determinados temas), terminan siendo funcionales a dicha agenda y las intenciones de quienes la diseñaron.

Con respecto al mentado “consenso científico” que supuestamente justifica la adopción de la agenda climática y las políticas de “descarbonización” no existe tal. Solo es un latiguillo que se usa para la propaganda.

Para la comunidad científica seria el cambio climático existió siempre, unos 5.000 millones de años antes de la Revolución Industrial. Hubo épocas más cálidas y más frías siempre, a lo largo de la historia del planeta Tierra desde su formación y desarrollo.

El ser humano incide en el clima pero su incidencia no puede cuantificarse con los modelos de computadora que usa el IPCC y es indiscernible de la variabilidad natural del clima. Desde la década del ’80 dichos modelos fueron cambiando y sus simulaciones tienen demasiadas discrepancias con gran cantidad de datos observacionales. En los últimos tiempos se ha admitido que los modelos predictores del clima tienen un sesgo de “sobrecalentamiento” que deriva de los parámetros utilizados, lo que conduce a conclusiones catastróficas acerca de la inminencia de desastres (subida del nivel del mar, por ej.) cuando, lo lógico, basado en la historia de épocas anteriores, ese tipo de cambios se dan en períodos de cientos o miles de años y no en 10, 20 o 30 años.

Por eso alarmar a la población mundial con la “crisis climática” es descabellado desde el punto de vista científico y la lógica y mucho más descabellado es hacer “recomendaciones” (imposiciones) de descarbonización de las actividades humanas esenciales (agricultura, ganadería, industria, energía) para la supervivencia de la especie basados en evidencias tan pobres que ni siquiera logran discernir la variabilidad natural del clima de la influencia propiamente humana.

El clima del planeta Tierra es algo sumamente complejo y dinámico, con miles de variables, donde la humanidad es una más dentro de muchísimas otras. Para comprender mejor esta disciplina se necesitan muchísimas más investigaciones, experimentos tanto en la Tierra como en el espacio, así como en otros planetas cercanos. Tales tareas no pueden ser sustituidas por modelos computacionales basados en una cantidad de parámetros muy limitada y en la evidencia experimental de que el CO2 provoca aumento de temperatura.

Es por ello que la insistencia de muchos científicos del IPCC en el sobredimensionamiento del aumento antropogénico de la temperatura global obedece más a la sociología de la ciencia y del conocimiento que a la estructura interna misma de la ciencia.

Por todo esto, resulta un error estratégico garrafal embarcarse en la economía verde como parece que ha decidido el Presidente de la Nación.

La Argentina es un país con enormes porciones de su territorio casi totalmente despobladas, con una densidad de habitantes bastante baja. Necesitamos que la población crezca y se desarrollen los lugares deshabitados.

La energía eólica, solar o hidrógeno verde, son energías poco intensas y/o costosas, que van a limitar enormemente el futuro y eventual proceso de industrialización y construcción de infraestructura que necesitamos para incluir a cada vez más población a través del trabajo nacional.

La debilidad e intermitencia de dichas fuentes de energía son compatibles con procesos demográficos de estancamiento o disminución, es decir, tienden a mantener una población cada vez menor. Y eso no es del interés estratégico de los argentinos.

https://clintel.org/message-of-clintel-to-national-politicians-and-world-leaders-at-cop26/

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