La camarilla oligárquica son personificaciones de plataformas de poder “globales” o supranacionales: Wall Street y la City de Londres, cuyos controladores son, a su vez, controladores de empresas dedicadas a la producción de materiales de guerra (Rayteon por ej., etc.).
Esas empresas están profundamente imbricadas con el sistema militar de la OTAN, Inglaterra y EE.UU., principalmente. A su vez, están imbricadas con la dirección política en el Estado porque muchos funcionarios en áreas claves salen de las filas de esas empresas (secretarios de Estado, ministros, etc.).
De manera que, los estamentos militares, políticos, económicos y financieros, más no pocos medios de comunicación, conforman un bloque bastante homogéneo a nivel global con multitud de ramificaciones en escenarios locales.
Ese bloque, cuyo control lo ejerce una camarilla muy reducida de personas, sean éstas militares, oligarcas financieros, servicios de inteligencia geopolítica, magnates de medios de comunicación, etc., domina la orientación en la mayoría de los Estados de Europa Oriental y Occidental y algunos países de Asia y Oceanía y América Latina.
Las poblaciones de los países sujetados por esta camarilla oligárquica (entre ellos el nuestro), medida como porcentaje de la población mundial debe ser como el 20 o 25% como mucho del total de la población mundial. Son una minoría a nivel mundial pero, esa camarilla, por los resortes y recursos que controla, es todavía muy poderosa y peligrosa por el grado de desesperación en que se encuentra.
Insisten una y otra vez en torcer las tendencias actuales de la inmensa mayoría de los países (el 75% u 80%) en cuanto a la afinidad por el desarrollo económico a favor de las mayorías de los pueblos y el cultivo de las buenas relaciones y cooperación con China y Rusia.
Insisten con la agenda del “cambio climático”, el “orden basado en reglas”, la “democracia (occidental) vs. la autocracia (Oriental)” y cosas por el estilo, como modo de obstaculizar y neutralizar las tendencias mencionadas en el párrafo precedente.
En los últimos meses encararon una campaña explícita por la remilitarización en Europa y la economía al servicio de la guerra. Obviamente, esa guerra será la misma que es ahora, contra Rusia y China, pero a una escala mucho mayor y con más actores involucrados.
Lo único que evita el desmadre definitivo, por ahora y a duras penas, es la existencia de un liderazgo político personal de cualidades superiores: Xi y Putin, cuya alianza, entendimiento y cooperación permanente, están ofreciendo una alternativa y una salida digna a las élites occidentales las que, éstas, por ahora, no han tomado.
La camarilla oligárquica prefiere un mundo destruido a un mundo que encare los desafíos que tiene la humanidad con racionalidad y ecuanimidad.
La razón de esta preferencia es que esa racionalidad y ecuanimidad requiere actores de naturaleza soberana y cooperando entre todos. Si eso se produce y la economía mundial sigue otros derroteros, la influencia oligárquica va a menguar puesto que las naciones soberanas y en cooperación tras objetivos de transformación de las economías reales al servicio de los pueblos van a adquirir una influencia y protagonismo mucho mayor.
El sistema oligárquico es como una etapa infantil de la historia de la humanidad. Edificado para hacer “gestionable” y más o menos previsible un mundo que depende de los descubrimientos científicos y artísticos por parte de los individuos para generar los recursos materiales y espirituales que la humanidad necesita para vivir y perpetuarse hacia el futuro.
El hegemonismo oligárquico occidental no solo se convirtió en un fin en sí mismo que subordinaba todo lo demás al querer controlar todo y a todos, sino que, también, obturó la creación de las condiciones necesarias para que dichos descubrimientos puedan prosperar y ponerse al servicio de la humanidad. Solo permiten aquello que se pueda controlar y poner al servicio del hegemonismo oligárquico supranacional.
Por la naturaleza del “ser” humano, no se puede a los seres humanos regimentar ni anular su creatividad potencial. No se los puede hacer vivir conforme a reglas fijas inventadas por una minoría solo interesada en reproducir su propia hegemonía.
El último medio siglo o más se intentó eso con resultados terribles en lo económico, lo cultural, lo científico y lo espiritual.
Por eso la humanidad, al llegar a sus propios límites, creó una posible salida a través de los liderazgos sobresalientes de Putin y Xi, quienes impulsan continuamente el desarrollo de la infraestructura en sus propios países y en muchísimos otros países en la inteligencia de que reproducir los métodos coloniales occidentales de predominio y saqueo lo único que va a hacer es empeorar todos los problemas y hacer más inseguro al mundo.
Esa salida que dichos líderes ofrecen con grandeza, es rechazada por la camarilla oligárquica porque la sienten como una amenaza y un desafío a lo que creen son sus propios intereses y lo que creen que representan en este mundo. No solo es rechazada, sino que es combatida con ardor.
Ucrania, Taiwán o Palestina son escenarios geopolíticos de la camarilla oligárquica a predominio angloamericana, con alguna pata subordinada de elementos de origen francés y alemán y siervos en Japón, Australia, Corea del Sur y Argentina.
El objetivo que tienen en esos escenarios es la guerra contra Rusia, China e Irán. Quieren poner a esos países en una situación estratégica subordinada sin remedio.
Tratan continuamente de crear bloques de países contra otros países. Crean como clubes selectos que se dedican a confrontar a otros países con diversos y ridículos pretextos, incluso contrariando los intereses naturales propios.
Pero esa política mediocre se topó, esta vez, con líderes de la talla de Xi y Putin cuyos intelectos están muy por encima del promedio occidental. Esa política y su continuación por medio de la guerra están siendo derrotadas no tanto por la fuerza que encuentran en sus adversarios sino por las propias limitaciones, negligencias y estupidez de quienes las concibieron y ejecutaron.
Actualmente, la camarilla a predominio angloamericana está jugando el “juego de la gallina” con armas nucleares. Recientemente bombardearon el sistema de alerta temprana en el Sur de Rusia (SAT) que le sirve a los rusos para detectar lanzamientos de misiles intercontinentales.
El objetivo de esos ataques es limitar la capacidad de respuesta de Rusia ante un “ataque nuclear de decapitación” por parte de Occidente que impida a Rusia aprovechar la ventana de oportunidad que tiene de responder, que es una ventana de tiempo muy corta.
Estas cosas son las “genialidades” de los estrategas que predominan en Occidente, principalmente en la esfera angloamericana.
Muchas personalidades destacadas, tanto militares en retiro, analistas internacionales, etc., han advertido de la locura casi clínica que está al mando tanto en Inglaterra como en EE.UU.
Se llega a un punto en el desarrollo de la dinámica de este juego en el que los encargados de ejecutar pasan a tener autonomía relativa y, es allí, donde se pierde el control de los acontecimientos. Y no sirve de nada el consuelo de creer que en el fondo son todos actores racionales que evitarán la destrucción de todo, en una guerra que nadie puede ganar. Cuando se pierda el control, las cosas marchan solas, en un juego de acción y reacción que se despliega en forma ininterrumpida.
En Argentina todavía estamos a tiempo de desengancharnos de esta cadena que nos ata a un destino pavoroso.
Si el enfrentamiento todavía no ocurrió aquí es porque los actores de ambos bandos decidieron, tácitamente, posponerlo. Pero no queda mucho tiempo antes de entrar en una dinámica funesta de la que va a ser muy difícil salir.
Mi esperanza es que la debacle de la camarilla angloamericana a nivel global deje sin mayores soportes en Argentina y no pueda constituirse el polo represivo de las clases populares, evitándose así, un camino sin retorno.
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