En estos días anduve embargado por un profundo sentimiento de pena, como creo que le pasa a alrededor del 70% de la población argentina. Así que no es nada personal en el sentido estadístico pero es todo personal en el sentido humano.
Me pregunté ¿por qué una persona que nunca conocí personalmente, solo por los medios de comunicación, pudiera generar tal intensidad de sentimientos?.
Tratando de responderme, mis recuerdos me trasladaron a la calle Ventana, barrio de Pompeya, hace más de 40 años.
Por allí, hace más de 80 años, mi abuelo materno, que era español, había construido su casa con sus propias manos y la ayuda de un albañil italiano, si no recuerdo mal la versión que oí por parte de mi madre. Mi abuela trabajaba en una fábrica textil en las inmediaciones, luego quedaría paralítica por un tumor en la médula.
Así que desde que tengo memoria, era ritual ir todos los domingos a la casa de la abuela y pasar el día con ella. Estábamos desde el mediodía hasta pasada la medianoche.
En una TV que usaba mi abuelo veía algún partido de fútbol y los goles de los otros partidos. En esas circunstancias fue cuando me di cuenta, por primera vez, que Maradona era un genio. Yo tenía 14 años y él 19. Yo era un púber, él un adolescente. Lo había visto antes en la tele blanco y negro por primera vez a Maradona en 1976 o ‘77, jugando un amistoso para la selección argentina. Creo que era verano, yo estaba en Mar del Plata. Tenía 11 o 12 años y él 16 o 17. Pero en ese tiempo, yo era un niño y no me percataba de su genialidad. Pero, como decía, fue en la casa de mis abuelos donde sucedió que ese genio empezó a tomar vida en mi propia mente. Algo parecido a lo que los psicólogos llaman “identificación”.
Esos domingos, en horas de la noche, en la vereda y la calle frente a la casa de mi abuela solía pelotear con una “plastibol” (esas pelotas que volaban), tratando de imitar al genio en alguna gambeta que me llamaba la atención.
En aquellos días me consideraba un destacado jugador de fútbol, de buenas condiciones técnicas. Esa era la opinión, explícita o implícita, también de mis amigos y compañeros de la escuela. Así y todo, cuando quería replicar algunas de sus gambetas, me era imposible. ¿Cómo hace eso? Recuerdo la pregunta en mi mente de púber de 14 años. Y, aunque comprobaba la imposibilidad de hacerlo yo mismo y mi propia insuficiencia, me daba una agradable sensación el tratar de imitarlo porque me parecía que en algo mejoraba mis recursos futbolísticos.
Así empezó a vivir Maradona en mi propia mente. Esa identificación fue cambiando a lo largo de los años y las décadas.
Y esa es la respuesta a la pregunta de arriba.
Gracias al Diego pudimos ver el enorme potencial del que el ser humano está hecho. Y eso nos dio esperanza y alegría de vivir. No es lo mismo vivir sabiendo que hay un genio entre nosotros que vivir sabiendo que ese genio ya no está.
Al irse él, se va también parte de nuestra vida. De allí que la pena no es solo por él, es también por nosotros mismos
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