viernes, 1 de marzo de 2024

“En el principio fue el verbo”. Las condiciones verdaderas del humanismo.

Lo que pasa con las tropas del ejército ucraniano, en Gaza, etc., etc., y lo que ya está pasando en Argentina, debiera ilustrar suficientemente que, cuando los seres humanos están sometidos por “inteligencias” perversas y psicopáticas, degradados a condiciones deplorables y sin salida, en tales condiciones de deshumanización, no puede existir el humanismo como mensaje real, puesto que no existen los rasgos de la naturaleza humana en las personas que podrían ser sus interlocutores o receptores.

Esto nos debe hacer tomar conciencia de un dilema de hierro: que la condición para que el humanismo funcione es que haya, primero, una mínima transformación en las condiciones económicas y sociales como punto de partida que permita instalar un rasgo de la naturaleza humana en una porción significativa de las personas a partir del cual el humanismo podría prender.

Esto significa que si no hay una concepción y una práctica que produzca la transformación social necesaria, el humanismo es una quimera porque, sin esa transformación, no existen los suficientes rasgos humanos predominantes en el suficiente número de personas como para que pueda prender.

Por lo tanto, el humanismo no es una condición de la revolución, es una consecuencia de la revolución. No es que la transformación espiritual depende de la material. La transformación espiritual depende de la acción, de la realización del bien. Y este bien debe ser general, colectivo, como para que surja en las personas el optimismo en el desarrollo económico y cultural para sí y para los demás.

Es la acción lo que crea lo humano. No la idea, ni la ideología, ni la religión, ni un código, ni los mandamientos. Todas estas cosas sirven como apuntes o ayudas memoria, pero no sustituyen a la acción, entendida ésta como sinónimo del bien, del amor al prójimo.

El amor al prójimo no es un mandato o una obligación. No se puede amar por obligación. El amor al prójimo es un don que se tiene o no se tiene. Jesús lo tenía, Sócrates antes que él, lo tenía. Muy pocos tienen ese don.

El “humanismo se hace haciéndolo” parafraseando a Boudou (“las relaciones de fuerza se cambian cambiándolas”).

De lo contrario, las personas y flias. que son el país mismo, que lo constituyen, porque el país no es otra cosa distinta al pueblo que lo constituye (como pensaba Evita en contraposición a clérigos y militares de su tiempo), estarán sometidas a un infierno en la Tierra, de infinitos matices y gradaciones, donde la abyección no tendrá fondo. La degradación de la sociedad conduce a la desintegración y disolución del país.

El discurso humanista es vano en la ley de la selva. Porque no hay humanos, hay animales.

Tal estado de bestialización y deshumanización dará razón y realimentará el discurso perverso y psicopático no de los gobernantes de pacotilla y marionetas sino de los verdaderos gobernantes tras bambalinas.

La única manera de evitar ese destino es generando una acción que modifique la realidad, estableciendo cierto orden mínimo económico y social que nos saque rápidamente del círculo vicioso de degradación.

¿Esto es una revolución?. Sí, pero no en el sentido clásico del término, sino en el sentido de cortar en forma más o menos abrupta una cadena de acontecimientos que llevará al desastre inexorable, después del cual no será posible el retorno por muchos años.

Para generar esa acción debemos disponer de los mejores líderes que tengamos (que es sólo una: CFK; y no es líder de conducción) y de los mejores dirigentes reales o potenciales.

La peligrosidad de la situación no reside propiamente en Milei o P. Bullrich, etc., que son payasos de circo, reside en un sistema oligárquico global en decadencia, cuyos soportes están en una lucha geopolítica sin esperanzas (no porque estén perdiendo, sino porque no les asiste razón) contra lo que ven como sus adversarios existenciales (Rusia y China).

A los que administran ese sistema en decadencia (en sus aspectos económicos, financieros, monetarios, geopolíticos y militares),  ya no les importan los pueblos, solo experimentan, instrumentan e instrumentalizan de manera perversa al servicio de sus propios fines unilaterales, incluso a costa de la supervivencia de los pueblos.

Son sembradores de infiernos en todas partes. Horrores en Afganistán, Irak, Siria, Libia, Ucrania, algunos países en África, Gaza, etc. Próximamente Taiwán, Irán. No se detienen ni se van a detener por su cuenta, salvo clivajes enormes dentro de las élites. Quizá ahí paren.

En toda Europa hay una rebelión social de agricultores contra las políticas verdes que gravan la producción de alimentos. Y, sin embargo, no ceden ante esta rebelión. Alemania está deslocalizando su industria y radicándola en Polonia. Seguirá a esto el declive de la productividad en Alemania. Los problemas en el sistema financiero tanto europeo como norteamericano siguen su curso.

Es desastroso todo lo que sucede en Occidente. Milei nos va a enganchar aún más a ese desastre.

Así que, pase lo que pase con la macroeconomía, aunque logre cerrar los nros. si es que tiene tiempo, el malestar económico-social quedará cristalizado quizá por décadas, si es que alguna acción no le pone corte.

Como pensaba JDP en 1955, la Constitución y la Ley son para la Nación, no al revés. El valor que hay que preservar es la Nación misma que es el pueblo, o sea, las personas y flias. que lo constituyen.

El mal llamado “estado de derecho” (que se repite como un latiguillo) es para la gente, para la población, no es un fin en sí mismo. Las personas somos fines en sí mismos, aunque si permitimos que se las bestialice y animalice (como los palestinos hoy en Rafah) nos acostumbraremos a la perversidad de tales condiciones y la ley de la selva se reproducirá solita, sin necesidad de mayores intervenciones desde fuera.

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