La práctica de liderazgo de conjunto que ejerce Cristina no es de conducción –aunque intenta serlo-, en el sentido en que lo practicaba y entendía JDP en sus conferencias de “Conducción Política” de 1951.
En efecto, la diferencia entre un liderazgo de conjunto y un liderazgo de conducción de conjunto radica en el virtuosismo o arte de las personas que lo ejercen en cuanto a sus facultades emocionales, espirituales y racionales.
Cristina no tiene el talento natural que tenía JDP para ejercer el liderazgo de conducción, pero está intentando aproximarse a eso por vía del método y la racionalidad.
La principal consecuencia de esta diferencia entre liderazgo y liderazgo de conducción es que las masas que logra aglutinar el primero son más homogéneas pero menos amplias, mientras que las del segundo son más heterogéneas y más amplias.
El liderazgo de conducción de JDP apuntaba a conducir a alrededor del 60% de la población mientras que el liderazgo de Cristina apunta al 45% más o menos.
Entonces, las consecuencias de ambas clases de liderazgo son tanto cualitativas (más o menos heterogeneidad de masas) como cuantitativas (más o menos apoyo de masas).
Lo que tienen en común ambas clases de liderazgo es la vinculación emocional con las masas que es de gran persistencia y resistencia a las adversidades.
Una de las razones de lo que dice Artemio L. en relación a los “liderazgos equivalenciales” que protagonizaron el origen del Frente de Todos, es el haber pasado por alto este vínculo emocional con las masas que mantenía Cristina mientras que los otros dirigentes carecían de esto.
Aquí reside por así decir la “anomalía” Cristina: que ella no es dirigente, es líder, tiene cualidades morales e intelectuales que nadie tiene, hasta ahora, lo que hace que ese vínculo emocional permanezca. Por eso todos los demás son dirigentes y no líderes.
Ahora bien, esta singularidad del caso Cristina plantea dificultades adicionales a todos los dirigentes y a los espacios políticos propios o contrarios.
En efecto, en la medida que Cristina no pueda gestionar directamente los asuntos del país sino mediante interpósitas personas, éstas, cualesquiera sean, no pueden desempeñar el cargo de Presidente, haciendo como si el liderazgo de Cristina (con todo lo que ello conlleva) no existiera o considerándola una dirigente más.
Esto último fue el caso de Alberto F., quien intentó gobernar “a su manera”, blindándose con Kulfas y Guzmán y subalternizando a Cristina, sintiendo que si gobernaba teniendo en cuenta a Cristina se le caía la coronita. Finalmente, su propio ego más el de Kulfas y Guzmán lo condujo al desastre, el cual tuvo que ser atendido en emergencia por Cristina y Massa.
Mientras Cristina viva y no surja un liderazgo de similares características o mejores, los futuros presidentes de Argentina tendrán que resolver sus problemas de ego, puesto que están en el lugar más importante pero no serán la persona más importante.
Otra alternativa es la traición lisa y llana y aliarse al enemigo contra Cristina, pero eso sería a costa del caos e ingobernabilidad muy peligrosos.
Lo que hay que honrar es al cargo de Presidente de la Nación, la persona que lo desempeñe no se subvalorará por reconocer el liderazgo de Cristina, por el contrario lo enaltecerá buscando continuamente la sintonía con ella, en la inteligencia de que ambos, en distintas funciones, harán todo lo que esté a su alcance en aras de la causa de la patria, o sea de su pueblo.
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