miércoles, 7 de junio de 2023

¿Qué es lo que pasa?. ¿Cómo saber?.

Se necesita la epistemología correcta para poder dar la respuesta a esas preguntas y entenderlas.

Pasan muchas, quizás demasiadas cosas (desde el punto de vista de los sentidos) en el mundo, para bien y para mal. Argentina, nuestro querido país, es decir, su “pueblo”, en rigor sus masas, con todos sus defectos y todas sus virtudes, está conectado -lo queramos o no- a lo que sucede en el mundo. Es inevitable. Siempre en la historia, no solo de Argentina sino de todos los países, es inevitable.

Los países, las localidades, lo local, son combinaciones particulares de lo global, de lo universal, del todo. Por lo tanto, la suma de las localías no equivalen al todo, porque nunca lo preexistieron. Nunca. El todo no debe su existencia a la agregación de partes.

Por ej. la Argentina, en tanto Estado-nación (entendido esto en el sentido lato del término, no en el sentido teórico riguroso), no debe su existencia ni a sus intereses ni a los intereses de la “oligarquía nativa”, a Roca, etc. Su existencia advino en un proceso histórico protagonizado por el imperio “británico” y su división internacional del trabajo. Con el resto de América Latina pasó lo mismo, en cada caso con sus particularidades.

Pero estas particularidades son una combinación concreta de las características del proceso general y sus protagonistas. Esas características son imperiales y eso no hay que perderlo nunca de vista.

Muchos se pierden al mal enfocar la mirada en las singularidades (lo local) del todo porque no pueden captar lo que denomino la “acción global” y la huella que deja en lo local. Como falla la mentalidad o concepción epistemológica que rige el enfoque, a esas huellas las consideran como intrínsecas a la localidad, porque abstraen la acción que las dejó impresas. Se las suelen ver como cosas palpables. Pero hubo una acción que las produjo, acción que no puede considerarse como una cosa.

Imagínense un bebé que al año aprende a caminar y lo hace por la playa eternamente, sin solución de continuidad. Luego de algunos días desde que pasó por determinado lugar, viene un analista de huellas y dice “por el tamaño y forma de la huella de pie por aquí pasó un bebé de 1 año que pesaba tanto, etc.”. Supóngase que pasaron 12 o 15 años de caminata ininterrumpida. Viene el analista y dice: “por aquí pasó un púber o adolescente por el tamaño del pie, pesaba tanto, por la forma de la huella, etc.”. Etc. etc.

Se pueden dividir esas huellas en innumerable cantidad de clases, pero nunca se va a poder captar con los sentidos la acción que corresponde al caminar de una sola persona a lo largo del tiempo y el espacio.

Con la historia humana pasa lo mismo. Las investigaciones captan resultados, acontecimientos, cosas, pero no la acción global continua que las produce.

Como la escala de una sola persona es muy pequeña, se nos dificulta concebir la acción que produce los resultados que vemos porque esa acción es producto de muchísimas  generaciones de personas a lo largo del tiempo y el espacio. Podemos enfocarnos en una o muchas cosas, pero siempre de forma más o menos parcial y fragmentada.

Por ej., cuando se estudia historia más o menos mal, Lincoln y la guerra civil en EE.UU., Maximiliano en México y la guerra de la triple alianza en Sudamérica, todo eso sucedió más o menos 100 años antes de que yo naciera, y no se le encuentra ninguna relación entre sí.

Esto sucede porque se concibe a los países como fichas o bolitas que tienen relaciones mecánicas entre ellas. Hay una tendencia del intelecto a centrarse demasiado en lo visible, en los llamados “hechos”.

Los recortes de estos “hechos” solo deben hacerse a los efectos pedagógicos y de método. Hay exigencias propias de la transmisión del conocimiento y de los métodos de investigación, pero eso no nos debe llevar a ignorar cuestiones fundamentales relativas a los procesos históricos en que esos hechos tienen lugar.

Tampoco hay que dejarse llevar por la tentación de considerar que un conjunto de hechos históricos conforman los procesos mismos.

Por ejemplo, es fácil ver al nazismo y al fascismo como productos de Alemania e Italia. O considerar que la crisis económica de esos países produjo esos fenómenos. Está lleno de sucesos históricos que ilustran cómo fue prendiendo en las masas y cómo se fue realimentando solito. Y de ahí es fácil concluir que esas monstruosidades son cosas propias de Alemania o Italia. Lo mismo con Ucrania ahora mismo.

Uno dice: “el reloj anda solo, no necesita a nadie para que ande, tiene un mecanismo que anda solo”. Fenómeno. Pregunto: ¿Con la batería puesta?. ¿La batería llegó solita al reloj o alguien la puso?.

Para analizar el fascismo o el nazismo histórico o el neofascismo actual no es suficiente con atender solo al mecanismo de realimentación “autónomo”. Aquí también hay que ver quién y cómo se puso la pila o batería. Y esa es una acción desplegada en tiempo y espacio. Que sea más difícil de ver no significa que no exista. Hay miles de millones de relojes que andan solos, pero de alguien dependió que tengan las baterías puestas.

En el análisis histórico y el presente es más importante conocer a ese alguien, qué y cómo lo hace, a estudiar el mecanismo del reloj. Lamentablemente la historia y el presente está lleno de lo último pero poco y nada de lo primero.

Por ejemplo, vemos a Zelensky en Ucrania reclamando y declamando: “Denme más armas !!”, “quiero más armas !!!”.

Si eso conduce a una guerra nuclear, en el supuesto caso de que queden sobrevivientes en el mundo, un futuro historiador podrá decir, cuando investigue las causas de la guerra mundial nuclear: “la guerra nuclear se produjo por la firmeza y vehemencia de un presidente de un Estado soberano en defender la integridad territorial de su país”.

La historia está llena de estas cosas. Se escriben tomos y tomos, hojarasca llena de esto. El historiador que en el futuro concluya eso solo habrá visto el mecanismo del reloj que funciona “solito”. Pero le habrá faltado ver lo más importante que es quién, cómo y porqué se puso la batería a ese reloj.

Los acontecimientos históricos nunca se repiten de forma igual. Pero el proceso que lleva a los acontecimientos sí se repite y la manera de pensarlos y analizarlos también se repite. Este es el problema cuando no se los encara con la epistemología correcta.

Cuando se asimilan los análisis de otros lo primero que hay que indagar son los supuestos que rigen su análisis. Especialmente cuando están pero implícitos o subyacentes.

Cuando se lee una columna política o económica de algún autor, por ej., en un diario sea digital o de papel o cuando se escuchan opiniones de fulano o sutano, lo que hay que hacer es llevar la propia mente a los supuestos implícitos o subyacentes desde los que habla esa persona. ¿En qué consisten?. ¿Los da como válidos? ¿Por qué?. Si están explicitados, ¿los formula como hipótesis?.

Hay una cultura muy extendida entre académicos, por un lado, y políticos, por otro, que incentiva la fuerza argumentativa y las emociones como criterios implícitos de validación. Esto es muy perjudicial. Las ideas o propuestas no son verdaderas por el mero hecho de agregar muchos argumentos o porque susciten tales o cuales emociones.

Por ej., ahora hay una suerte de sensación o consenso entre algunos políticos y economistas sobre el futuro inmediato de Argentina, en 2024, luego de que asuma el próximo presidente, en el sentido que va a haber una relajación de las restricciones que enfrenta hoy la economía en cuanto a la disponibilidad de dólares y que eso va a permitir políticas públicas de redistribución del ingreso.

Esta idea, aunque resulte como resulte la realidad el año que viene, si depende de una evaluación fija del comportamiento pasado de distintas variables, puede ser muy peligrosa, puesto que la realidad es dinámica y depende de lo que entiendan o no entiendan sus protagonistas.

Para mi está bastante claro que existen poderes oligárquicos a predominio angloamericanos que quieren mantener más o menos asfixiada y necesitada a la Argentina y, si es posible, proceder al saqueo de nuevos recursos minerales y energéticos.

Cualquier política que tienda a liberarse de esa asfixia y menguar esa necesidad de dólares va a ser combatida por esos poderes (en la medida en que sigan vigentes a nivel global y que no desistan de su ofensiva estratégica contra China y Rusia) con lo que los antagonismos van a agudizarse en los países díscolos, no solo de AL sino también de Asia y África.

Es muy probable que en los próximos meses vengan ataques y apretadas muy fuertes contra Lula en Brasil por su protagonismo político internacional contra los intereses occidentales que mantienen el foco de guerra en Ucrania. También van a recibir ataques y apretadas fuertes Sudáfrica, Arabia Saudita y Turquía. El Brics va a estar muy probablemente bajo ataque diplomático y financiero.

Incluso en el hipotético e improbable caso de que las facciones duras del establishment oligárquico angloamericano (City de Londres, Wall Street, complejo militar-industrial, Bae System, etc.) acepten a regañadientes la realidad de que están en un empeño que no les puede salir bien porque su “mejor” destino es ganar en el marco de una guerra nuclear, y tengan que retroceder en todos los frentes, aún en ese hipotético caso, pueden hacer mucho daño, por sola venganza, pueden desatar pasiones que lleven a la venganza contra personas o países.

La única manera que veo de evitar eso es que gane R. F. Kennedy o Trump en EE.UU. y, por un acuerdo entre patriotas norteamericanos de ambos partidos, permitan gobernar en el sentido de desmantelar la OTAN y reconvertir el complejo militar industrial.

En tal caso, Gran Bretaña (es decir las oligarquías que controlan a la Monarquía y a su gobierno) quedaría sola y ella sola no podría continuar con todos los focos geopolíticos de guerra.

En tal escenario todo debería terminar en acuerdos de paz con Rusia y China que tiendan a la desmilitarización y desnuclearización de Asia, Europa Occidental y América del Norte.

A partir de allí se abriría la posibilidad de un nuevo sistema monetario y financiero internacional que incluya a todo el mundo.

Los protagonistas más lúcidos del oficialismo y los candidatos más lúcidos del espacio nacional y popular deben tener en mente todo el tiempo esto. Que hay dos lógicas a nivel mundial, Argentina está prisionera de una pero puede todavía hacer esfuerzos para aprovechar la otra.

La lógica “ex globalista” (digo “ex” porque quieren ahora desacoplar del mundo a China y Rusia) Occidental no tiene futuro porque es utópica, quiere encorsetar (dentro de reglas ecológicas, financieras, monetarias) a la civilización humana dentro de un canon fijo donde no es posible el progreso y el desarrollo, lo cual lleva a la reducción de la población humana.

Y hay otra lógica que quiere desarrollar a los distintos pueblos de todos los continentes y confía en que el progreso científico y tecnológico y el desarrollo material y espiritual de los seres humanos puede resolver los desafíos de la humanidad respetando las particularidades de cada pueblo.

Hay dos principios a lo largo de la historia humana. El del oligarquismo y el de la soberanía de los pueblos. Cuando dominaba el primero el segundo no existía a lo sumo, más que en apariencias.

Quizá haya llegado la hora de que la soberanía de los pueblos domine por más tiempo que en todas las épocas del pasado.

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