Digo la “actual guerra mundial” porque, desde las hipótesis teóricas con las que analizo, no necesito esperar acontecimientos posteriores para calificarla. No vale la pena esperar 20 o más años, como sucedió con la “Gran Guerra” calificada mucho tiempo después como “primera guerra mundial”.
Esta es la ventaja de los conceptos teóricos que se centran
en los procesos (que siempre están en curso), lo que hace mucho más “pronosticable”
el desarrollo posterior de los acontecimientos.
Tampoco se trata de adoptar una definición técnica o descriptiva
del tipo “si intervienen muchos actores de muchas partes entonces es una guerra
mundial”.
Un proceso puede caracterizarse de guerra mundial cuando el
resultado de lo que sucede a nivel de las localidades -en tanto manifestación y
combinación concreta del sistema global- tiene el potencial de cambiar al
proceso mismo, es decir, las relaciones globales, sea para bien o para mal.
Por ejemplo, las formas de la hegemonía actual de lo que
habitualmente se denomina “unilateralismo” norteamericano con su poderío
militar, no proceden de los “acontecimientos” “caída del muro de Berlín” o la “desintegración
de la URSS”. Estos son los símbolos de la verdadera causa. En rigor, proceden
del fracaso de las concepciones y acciones del comunismo real practicado por
los dirigentes rusos y la mayoría de sus satélites década tras década.
Esas concepciones y acciones se adoptaron como axiomas o
dogmas desde los orígenes de la revolución de 1917 en Rusia. Los gobernantes y
funcionarios de los sucesivos gobiernos, durante 70 años, insistieron una y
otra vez con ideas básicas defectuosas. Aunque los planificadores de la
burocracia estatal hicieron denodados esfuerzos por adaptarse a las cambiantes
circunstancias, nunca abandonaron el sistema axiomático de base que es el que
fallaba.
Como suele suceder, cuando uno se guía en forma persistente
por un punto de referencia equivocado, termina perdido o chocando con la
realidad.
Entonces, lo que sucedió durante décadas a nivel de las
localidades (Alemania Oriental y la URSS, por ejemplo), fue lo que condujo a la
debacle del comunismo real y al “Nuevo Orden Mundial” de Bush padre.
Por lo que se ve hoy y desde hace bastante tiempo, el mundo cambió
para mal, sin duda alguna. Pero eso no fue responsabilidad de la caída del
comunismo (ni de Alemania Oriental ni de Rusia), sino de las “élites” (en
realidad combinaciones oligárquicas en las grandes potencias occidentales)
angloamericanas que aprovecharon la debacle del comunismo para intensificar las
tendencias imperialistas.
Rusia tuvo su “década del ‘90” como Argentina la de Menem. A
los dos les fue mal, pero a los rusos peor.
Rusia fue saqueada a más no poder, destruida su industria de
máquinas herramientas (que tenía potencial para modernizarse) y convertida en
un productor de materias primas y energía barata.
Surgieron oligarcas rusos muy bien relacionados con Londres
y Washington (a pesar de la mala imagen en las películas de Hollywood), puesto
que eran los cipayos que permitían el saqueo de Rusia. Actualmente, muchos de
esos oligarcas rusos viven en Londres con protección de la Monarquía.
Mientras el saqueo de la Argentina condujo a la crisis del
2001/2 y a NK y CFK, el saqueo de Rusia condujo a la crisis de los bonos rusos
y a Putin. Todos ellos, con mayor o menor fortuna, representaron una reacción
del Estado Nacional frente al Imperio que los saqueaba.
Putin vio las consecuencias horrorosas (como el descenso
demográfico, por ejemplo) de la intromisión (a través de las relaciones de Al
Gore y Chernomyrdin) del “neoliberalismo” y el FMI en Rusia durante los ’90, y,
consecuentemente, se dedicó a fortalecer las capacidades del Estado Nacional, no
solamente sus capacidades militares sino también el mejoramiento relativo del
nivel de vida de la población.
Para ello tuvo que neutralizar la influencia en el Estado de
los oligarcas rusos que estaban en combinación con los intereses angloamericanos
que los respaldaban. El presidente Putin fue quien puso los límites a los
intereses del establishment angloamericano que hacía sus negocios en Rusia y
debilitaba constantemente a esa nación, protagonizando la reacción en tanto
Estado Nacional soberano.
Es a partir de aquí que el gobierno de Putin entra en la
mira del establishment angloamericano que lo quiere neutralizar y destruir
desde hace como 20 años.
Para hacer eso, usaron toda clase de instrumentos del
repertorio geopolítico: la introducción del terrorismo dentro de Rusia; atentados
con agentes químicos culpando a Rusia; cambio de régimen en Ucrania para usarlo
como Estado hostil contra Rusia; derribo de un avión civil sobre espacio aéreo
ucraniano también atribuido a Rusia; expansión de la OTAN llegando a las
fronteras de Rusia, emplazando sistemas de misiles modernos en Rumania y
Polonia y preparándose para hacerlo en Ucrania, aún más cerca de Moscú, alimentando la idea criminal de que una guerra nuclear puede ser ganada.
Hace más de 15 años que Putin venía avisando que todo eso
era una aberración de parte de Occidente, pero a nadie le importaba, no es así?
Lo mismo le ocurre a China, con otras particularidades
diferentes, pero en el fondo es lo mismo.
Por eso no es casualidad que en el transcurso del proceso
que describimos la unión de Rusia y China se haya fortalecido tanto.
Entonces, la situación actual en Ucrania no es la
consecuencia de decisiones aisladas. Mucho menos de decisiones de uno u otro
país o grupo de países. Es, más bien, la serie de un proceso en curso que tiene
sus orígenes históricos y que responde a un patrón de pensamientos, ideas y
acciones de las oligarquías occidentales.
Ese patrón no se limita exclusivamente a la esfera
geopolítica o de las “relaciones internacionales”, sino que, fundamentalmente,
tiene que ver con la concepción o visión que las oligarquías dominantes en
Occidente tienen del ser humano y su naturaleza. Ello constituye un verdadero
pensamiento oligárquico que permanece a lo largo de la historia y del
transcurso intergeneracional.
Tal concepción o visión se traduce en las esferas económicas,
políticas, ideológicas, culturales y científicas de las sociedades, moldeando
todo un sistema de concepción y de ejecución a nivel mundial.
En última instancia, el modo en que esas oligarquías
conciben explícita o implícitamente la naturaleza de los seres humanos influye
en los sistemas económicos, financieros, monetarios, en las doctrinas
geopolíticas, en las alianzas militares, en la educación, etc..
¿Qué es lo que falla en el sistema de pensamiento oligárquico?.
Como en el caso del comunismo real fallan las bases
axiomáticas mismas. Aquí formalmente sucede lo mismo, pero con otro contenido.
El oligarquismo occidental cree que los seres humanos son
malvados por naturaleza por lo que deben ser controlados por instancias que
están por arriba de su comprensión. Los oligarcas se consideran superiores a
los seres humanos comunes, los cuales se rigen por leyes comunes. Para los oligarcas
rigen leyes superiores que el ser humano común nunca comprendería.
También creen que la mayoría de los seres humanos son un
costo, tanto para ellos como para el medio ambiente.
Quizás esta idea provenga del hecho de que los oligarcas son
como especialistas en explotar la creatividad de los demás, aunque niegan que
tal cosa exista (la creatividad humana). Tienden a creer que el cerebro humano
es exactamente lo mismo que el de una máquina. Como si “todo“ fuera el mero
procesamiento de información.
Por lo tanto, piensan que no existe verdadera creación de
riqueza y poder sino que esto es un dato fijo y distribuido en el mundo.
Cualquier cambio en esa distribución sería un atentado o amenaza a su propio
poder e influencia puesto que se trata de un juego de suma cero en el que lo
que gana uno lo pierde el otro y viceversa.
Quizás esta noción provenga del hecho de que los oligarcas
están acostumbrados a basar su poder e influencia a partir del control del
dinero y el “crédito”. Sirve cualquier cosa que produzca dinero puesto que ello
comanda el acceso a la riqueza, desconociendo los principios de funcionamiento
de la productividad física. Es por ello que los sistemas monetarios y
financieros controlados por los oligarcas están llenos de burbujas
especulativas que no tienen fin productivo alguno desde el punto de vista del
bienestar general y las condiciones de vida de los pueblos.
Los oligarcas no pueden concebir cosas ni personas fuera de
su control puesto que esto es la esencia de su poder (controlar recursos
fundamentales y las personas). Pero, paradójicamente, ellos pueden controlar
los resultados de la creatividad humana pero no la creatividad humana misma que
es lo que hace avanzar al mundo y que, por su naturaleza, está fuera del
control de los oligarcas.
Se puede condicionar emocional e ideológicamente a las
personas, propiciando ciertas inclinaciones y predilecciones, pero no se puede
hacer desaparecer el potencial que cada individuo tiene para resolver
problemas, producir hipótesis, hacer descubrimientos científicos, tecnológicos
y técnicos. Eso es inherente al ser humano, sea científico o no lo sea.
Por eso el sistema oligárquico contiene el germen de su
propia destrucción, porque depende de que la creatividad humana funcione, para
ellos poder apropiarse de los recursos fundamentales que son los frutos de ella,
la que, al mismo tiempo, escapa de su control. Es como querer matar a la
gallina de los huevos de oro porque no se la puede controlar.
La creatividad humana por sí misma no es algo que se pueda producir
a escala ni regimentar, ni obedece a recetas predeterminadas. Los seres humanos
pensamos todo el tiempo y, a veces, surgen resultados extraordinarios que
tienen la posibilidad de ser usados para bien o para mal.
Por eso, cuando se conjugan Estados Nacionales soberanos que
propician el desarrollo de la ciencia y la tecnología para el beneficio de la
población, los oligarcas sienten una afrenta terrible contra la creencia que tienen de sí mismos y lo que creen que representan. Creen que son una “raza superior”
regida por leyes especiales.
Una de las frustraciones más grandes de los oligarcas
angloamericanos es que no pudieron tanto en Rusia -desde el advenimiento de
Putin-, como en China -desde los acontecimientos de Tiananmén- establecer un
caballo de Troya interno en esos países que pudiera torcer las orientaciones de
esos gobiernos y Estados.
Los oligarcas angloamericanos necesitan que los
multimillonarios rusos y chinos se conviertan en socios que puedan socavar las
inclinaciones soberanas de sus gobiernos. Lo que hicieron en casi todos los
países no lo pueden hacer en Rusia y China cuyos gobiernos siguen teniendo
éxito en neutralizar los intentos de socavamiento de los oligarcas angloamericanos.
Entonces tenemos las respuestas a los interrogantes del
título.
El pensamiento oligárquico global está fallado en su base: se
aprovecha de los frutos de la creatividad humana al mismo tiempo que la niega
como solución a los problemas porque escapa a su control, por lo tanto la
ejecución basada en ese pensamiento está fallada también. Eso genera problemas
de todo tipo (económicos, financieros, monetarios, sociales, políticos,
culturales, etc.) frente a los cuales se producen reacciones nacionales y
soberanas en las localidades, las cuales intentan establecer sistemas e
instituciones libres de la influencia oligárquica.
A su vez, el sistema oligárquico reacciona a esa reacción,
agudizando más las contradicciones, intensificando la crisis geopolítica hasta
el límite y cayendo en una lógica autodestructiva de preferir que se destruya
todo para que nadie gane porque ellos creen que eso significa que ellos
pierden.
Como siempre, lo que podría salvar a la humanidad es la
creatividad humana, condensada en una persona o grupo de personas que muestren
el camino optimista.
Que el éxito de uno puede favorecer al otro y viceversa. Que
concebir la realidad como un juego de suma cero y comportarse como si fuera
así, es un error garrafal porque el ser humano puede, por nuevos descubrimientos,
hallar formas de agrandar la riqueza y repartirla mejor. Además de mirar el pasado
hay que mirar el futuro, puesto que si nos quedamos en lo primero, caemos en el
error de creer que es fijo y las disputas serían por algo que es fijo.
Que el camino a lo Universal se hace desde cada cultura y
espacio nacional, no desde prescripciones imperiales dictadas por una
oligarquía global.
Matriz formal.
Como ya he señalado en algunas ocasiones, la secuencia de
acontecimientos dentro del proceso responde a la matriz de siempre, a saber:
Las condiciones del dominio global normal oligárquico en una
localidad conducen a una crisis (Ej., Rusia y Argentina en la década del ’90).
A partir de allí esas condiciones dejan de ser normales.
En estas nuevas condiciones (de crisis del dominio normal),
el dominio oligárquico intenta administrar la crisis para reconducirla de vuelta a las
condiciones normales. Esto es una tarea muy dificultosa puesto que la crisis ocasiona
el desprestigio de la mayoría de los personeros que protagonizaron la época del
dominio normal.
Por lo tanto, en tales condiciones la manija la agarran
otros actores.
Estos otros actores, en condiciones del rechazo a las
figuras del dominio normal oligárquico, tienen la posibilidad de administrar la
crisis no en el sentido de volver al dominio normal oligárquico sino en el
sentido de aumentar la soberanía nacional, es decir, alejarse del dominio
normal oligárquico.
Ante esta nueva situación, la dominación oligárquica se pone
más fea y empieza a bancar alternativas “fascistas” a las habituales
“neoliberales”, cualquier cosa que sirva para que la administración de la
crisis en una localidad se aleje de los principios de la soberanía nacional y
la localidad vuelva al redil oligárquico.
A su vez, las reacciones del Estado Nacional soberano deben
tener mucho cuidado ante la alternativa “fascista” de la oligarquía global. Si
la reacción nacional pierde tenemos a los Hitler y Mussolini y a los Stepan
Bandera ucranianos. Si la reacción nacional gana, se abre un futuro
esperanzador para la humanidad.
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