Por Percy Bysshe Shelley (marido de Mary
Wollstonecraft Godwin autora de la novela Frankenstein).
Cuando me encontraba dormido en Italia
Del Mar una voz llegó hasta la orilla,
Con fuerte poder allí me arrastraba
Hacia las visiones de la Poesía.
En este camino al Crimen hallé –
Llevaba una máscara como Castlereagh –
Aunque tenebroso, muy dulce miraba;
Y siete sabuesos en sangre tras él:
Todos bien lustrosos; y bien que podían
De tal admirable aspecto gozar,
Pues uno tras otro, y de dos en dos,
A sus fauces lanzaba corazones humanos
Que iba sacando de su ancho gabán.
Vino luego el Fraude, que llevaba
puesto,
Igual que Lord Eldon, un traje de
armiño;
Sus lágrimas grandes, pues tanto
lloraba,
Al caer se hacían piedras de molino.
Y los pequeñuelos, que en torno a sus
pies
Alegres jugaban de aquí para allá,
Creyendo que joyas las lágrimas eran,
Sus cerebros perdían de golpe por
ellas.
Vestida de Biblia, cual si fuera luz,
Y de puras sombras de la noche oscura,
Al igual que Sidmouth, ya la Hipocresía
Venía a caballo sobre un cocodrilo.
Y más Destrucciones, muchas
más marchaban
En este espantoso desfile de
máscaras,
Disfrazadas todas, incluso en
los ojos,
Obispos y jueces, espías y
pares.
Y al fin la Anarquía: venía
montando
Un blanco caballo, manchado
de sangre;
Muy pálida estaba incluso en
los labios,
Igual que la Muerte del
Apocalipsis.
Y llevaba puesta una real
corona;
Su mano agarraba un cetro
brillante;
Y sobre su frente este lema
vi:
“¡YO SOY DIOS, Y LA REINA, Y
LA LEY!”
Con paso imponente y rápido ritmo
Por la tierra inglesa marchaba a
caballo,
Hollando, aplastando, en charcas de sangre
A la muchedumbre que la idolatraba.
Y con recia tropa a su alrededor
Sacudió la tierra con su pisoteo,
Y todos blandiendo su sangrienta
espada,
Al servicio puesta de su cruel Señora.
Con triunfo glorioso así desfilaban
Altivos y alegres por toda Inglaterra,
Igual que borrachos que se embriagaran
Con el vino malo de la destrucción.
Por tierras y pueblos, de una costa a
otra,
Marchaba el Desfile veloz y sin freno,
Aquí destrozando, allá devastando;
Hasta que llegaron a Londres al fin.
Y cada vecino, de miedo aturdido,
Sintió el corazón de terror enfermo
Al tiempo que oía el grito
inclemente
De aquella victoria de la
Anarquía.
A verla vinieron con gran
ceremonia,
En traje de armas como sangre
y fuego,
Todos los sicarios, los
cuales cantaban
“Tú eres Dios, y la Ley, y la
Reina.
Hemos esperado débiles y
solos
A que tú llegaras,
¡todopoderosa!
Vacías las bolsas, las
espadas frías,
Danos tú la gloria, la sangre
y el oro”.
Curas y abogados, caterva surtida,
A tierra inclinaban sus pálidas
frentes;
Como una plegaria malvada y ahogada
Así susurraban – “Tú eres Dios y la Ley.”
–
Y luego gemían de común
acuerdo,
“Eres tú la Reina, y Dios, y
la Dueña;
Ante ti, Anarquía, nos
arrodillamos,
¡Y santificado sea al fin tu
nombre!”
Y allí la Anarquía, allí el
Esqueleto,
Con una sonrisa se inclinó
ante todos,
Con tal cortesía cual si sus modales
Millones costaran a todo el
país.
Pues bien conocía que todo
Palacio
De los Reyes nuestros también
era de ella;
Y suyo era el cetro, y el
orbe y corona,
Y suyo era el manto recamado
en oro.
Y pronto a sus siervos envió
delante
Para apoderarse del Banco y
la Torre,
Y esto lo hacía por luego atender
Las jubilaciones de su
Parlamento.
Cuando pasó huyendo una
joven loca,
Dijo que su nombre
Esperanza era:
Aunque parecía
Desesperación,
Y al aire lanzaba la
joven sus gritos:
“Ay, mi padre el Tiempo
flojo y gris está,
Esperando siempre por
días mejores;
¡Ved cómo se para igual
que un idiota,
Sus tullidas manos
temblando inseguras!
Sin pausa ha tenido un
hijo tras otro,
Y a un hijo tras otro, de
la muerte el polvo
Los ha ido cubriendo, a
excepción de mí –
¡Miseria, Miseria!
¡Desdicha, Desdicha!”
Y luego la joven se
tendió en la calle,
Ante los caballos, al pie
de sus patas,
Y esperaba allí, con ojo
paciente,
Al Crimen y al Fraude, y
a la Anarquía.
Y cuando entre ella y sus
enemigos
Se elevó una especie de
niebla y de luz,
Pequeña al principio, y débil y frágil
Igual que vapor en una vaguada:
Y creció cual nubes en una explosión,
Gigantes en cumbres a grandes zancadas,
Que vuelan y ojean, y relampaguean,
Y hablan en truenos hasta al mismo
cielo.
Y surgió – una Forma en cota de malla
Más resplandeciente que escama de
víbora,
Y elevada en alas cuyas fibras eran
Igual que la luz de un sol que
lloviera.
Y sobre su casco, visto desde lejos,
Un lucero había, el de la Mañana;
Y todas sus plumas su luz derramaban
Como una llovizna rocío escarlata.
Cruzó con un paso más suave que brisa
Encima de todos – tan rápidamente
Que solo sintieron allí la presencia,
Miraban,- y aire vacío solo
encontraban.
Cual flores que al paso de mayo
despiertan,
Cual astros que bullen de noche en
melena,
Cual olas que se alzan al grito del
viento,
Ideas brotaban do el paso caía.
Y la muchedumbre
descorazonada
Miraba – y allí, la
Esperanza, en sangre
Hasta los tobillos,
serena doncella,
Allí caminaba con manso
ademán:
Y la Anarquía, el
horrible parto,
Tierra muerta echaba
encima de tierra;
De Muerte el Caballo sin
doma cual viento
Huyó, y con sus cascos a
polvo redujo
A los asesinos detrás
agolpados.
En tromba una luz de nubes brillantes,
Evocación tierna para despertar
Fue oída y sentida – y
cuando acabó
Temibles palabras y
alegres surgieron
Como si en sus hijos la Tierra
indignada
Que dio nacimiento a tantos ingleses
Sintiera la sangre en su propia frente,
Y estremecida con dolor de madre
Hubiese mudado las gotas de sangre
Con las que su rostro se había perlado
En una expresión ya no soportable,-
Cual si un alarido de su corazón:
“Hombres de Inglaterra, herencia de
Gloria,
Héroes de crónicas que no están
escritas,
Cachorros de madre de fuerte poder,
Su propia esperanza, y también la
vuestra;
Alzaos cual leones tras
un breve sueño
Y en tal abundancia que
sea invencible.
Librad a la tierra de
vuestras cadenas,
De ese rocío que anoche
os cayera.
Vosotros sois muchos y
pocos son ellos.
¿Qué es la Libertad? -bien podéis decir
Que
lo mismo es que la esclavitud-
Pues su propio nombre ha crecido tanto
Hasta ser un eco de vosotros mismos.
Es ir al trabajo y tener tal sueldo
Que os mantenga apenas para el día a
día
Sobre vuestras piernas, igual que vivir
A merced de tiranos en una prisión.
Vosotros así, os volvéis para ellos
Telares, y arados, y espadas, y palas,
Lo queráis o no, agacháis el lomo
Para su defensa y manutención.
Es a vuestros hijos verlos desnutridos
Mientras que sus madres venga
abracadabras,
Cuando tan sombrío el viento en
invierno,-
Ellos van muriendo, mientras voy
hablando.
Y es desvivirse por una comida
Que los hombres ricos en sus
francachelas
Les dan a sus perros que al pie de su
mesa,
Bajo su mirada, rollizos se atracan;
Es tolerar que el Fantasma del Oro
Tome del Trabajo incluso mil veces
Más de lo que habría su pompa podido
En las tiranías de los viejos tiempos.
Y el papel moneda – falsificación
De las escrituras, mas al que vosotros
Bien le concedéis algo del valor
De herencia de bienes como el de la
Tierra.
Es
ser un esclavo en el alma propia
Y no mantener dominio ninguno
Del
propio albedrío, sino ser tan solo
Aquello
que otros hagan de vosotros.
Y para acabar, cuando os lamentáis
Con unos murmullos débiles y vanos,
Es ver al Tirano, su gente a caballo,
Cómo os atropellan y a vuestras
mujeres.
La sangre en la hierba es como rocío.
Es
sentir entonces la sed de venganza
Que
implacablemente ansía cambiar
La
sangre por sangre – y el mal por el mal –
Mas esto no hagáis cuando
seáis fuertes.
Encuentran las aves descanso en su nido
Cuando están cansadas de su alada
brega;
Las bestias comida en antros del bosque
Cuando la tormenta y la nieve amenazan.
Caballos y bueyes tienen un cobijo,
Siempre que regresan del trabajo
diario.
Los perros domésticos, cuando aúlla el
viento,
Encuentran cobijo bajo un tibio techo.
Al burro y al cerdo ruin cubil les
hacen
Y con ración propia se les alimenta;
Y todas las cosas tienen un hogar –
¡Inglés, menos tú, que ninguno tienes!
Tal Esclavitud – los hombres salvajes,
Las bestias feroces, en una guarida
No la sufrirían igual que vosotros –
Pero tales abusos nunca conocieron.
Libertad, ¿qué eres? Desde sus vivientes
Tumbas los esclavos si a pregunta tal
Contestar pudieran, los tiranos luego
Huirían lejos, tal visos de un sueño:
Tú sí que no eres, cual dice el falsario,
Sombra que en seguida se va para siempre,
Superstición pura, simplemente nombre
Que la Fama en su cueva cual eco
repite.
Para los obreros tú eres
su pan,
Y también el hermoso
mantel de una mesa
Que solo procede del trabajo
diario
En una morada feliz y
aseada.
Y tú eres la ropa, el
fuego, el sustento
Para las legiones de
gente oprimida –
No – en las naciones que
se dicen libres
Tal hambre y miseria, no,
no pueden ser
Como en Inglaterra las
vemos ahora.
Y para los ricos un freno
tú eres,
Cuando está su pie encima
del cuello
De víctimas suyas, tú
realmente haces
Que esté caminando sobre
una serpiente.
Tú eres la Justicia –
nunca por el oro
Tus íntegras leyes pueden
ser vendidas
Como son las leyes aquí
en Inglaterra –
Tú lo mismo amparas a
ricos y a pobres.
Tú eres la Razón – nunca un hombre libre
Podría soñar que Dios para siempre
Vaya a condenar al que cree falsas
Las pamplinas todas que predica un
Cura.
Y tú eres la Paz – en tu nombre nunca
Se derramaría ni sangre ni erario
Como los tiranos hicieron en Galia
Cuando se aliaron a apagar tu llama.
¿Y cuando el sudor y la inglesa sangre
Fluyeron lo mismo que en una riada?
Oh, mi Libertad, apenas
sirvió
Para mitigarte, no para
extinguirte.
Y tú eres Amor – los ricos besaron
Tus pies, y como si a Cristo siguieran,
Le entregan sus almas a la libertad
Y en pos de ti van por el mundo cruel.
O vuelven sus bienes en armas y hacen
La guerra en tu nombre querido. Del
lujo,
La guerra y el fraude – de donde
sacaron
Todo el poder suyo, el cual es su
presa.
Poesía y Ciencia, y hasta
el Pensamiento
Son tus lamparillas;
forman el conjunto
De los moradores en una
chabola
Así de tranquila, nunca
la maldicen.
Paciencia y Espíritu,
Consideración:
Tú eres lo que adorna y
también bendice –
Que expresen los hechos y
no las palabras
Toda tu belleza, que a
todo aventaja.
Asamblea grande celébrese
ahora
De hombres sin miedo y
espíritus libres
En algún paraje de la tierra inglesa
Donde las llanuras en torno se
extiendan.
El azul del cielo en todo lo alto,
La verde campiña por la que pisáis;
Todo cuanto debe por siempre existir,
Sean los testigos de esta ceremonia.
Desde los extremos, los más alejados,
Desde las fronteras de la costa
inglesa;
De cada cabaña, villorrio o ciudad,
Donde quienes viven y sufren pesar
Por toda desdicha, la suya o la ajena,
Desde los penales y cárceles donde,
Blancos como muertos recién revividos,
Mujeres y niños, jóvenes y viejos
Gimen de dolor y lloran de frío –
Desde las guaridas de la vida diaria
En donde se libra la diaria batalla
Con ansias comunes y comunes cuitas
Que a los corazones siembran de cizaña.
Y por fin también, desde los palacios,
Donde los murmullos de tanta aflicción
Resuenan igual que el silbo lejano
De un vendaval vivo todo alrededor.
Aquellos salones, igual que prisiones
De lujo y de moda, donde algunos
sienten
Dolor por aquellos que bregan y gimen
Como gemir deben sus hermanos pálidos.
Vosotros, que males
sufrís indecibles,
O bien al sentir o bien
al mirar
A vuestro país, comprado
y vendido
A un precio y un coste de
sangre y de oro –
Asamblea plena celébrese
ahora,
Y con ceremonia solemne y
grandiosa,
Con justas palabras
declare que todos,
Cual Dios os ha hecho,
hombres libres sois.
Que simples y fuertes las
palabras sean,
Las vuestras, hirientes
como espada aguda,
Que sean también anchas
como escudos,
Para que su sombra os
defienda bien.
Por doquier se esparzan todos los tiranos
Con un estallido portentoso y raudo,
Cual desbordamiento de todos los mares,
Tropas y escuadrones de heráldicas
armas.
Que la artillería cargada acometa
Hasta hacer que el aire bien vivo
parezca
Con sus trompicones de ruedas tonantes
Y con sus caballos de casco
estruendoso.
Que las bayonetas caladas y agudas
Relumbren con ansias para humedecer
Sus puntas brillantes en la sangre
inglesa,
Voraces cual alguien dispuesto a comer.
Que las cimitarras de los caballeros
Giren y destellen, cual desorbitadas
Estrellas que ansían su fuego eclipsar
En mares de muerte, en mares de duelo.
Vosotros plantaos tranquilos,
resueltos,
Como un bosque espeso que guarda
silencio,
Los brazos cruzados y con la mirada
Como un armamento de guerra invencible.
Y que pase el Pánico, que en velocidad
Excede en carrera a armados corceles,
Igual que la sombra más indiferente
Por vuestras falanges que nunca
desmayan.
Que también las
leyes de la tierra vuestra,
O buenas o malas, estén con vosotros,
Mano junto a mano, pie con pie también,
Al modo de árbitros en cualquier
disputa.
Y las viejas leyes de vuestra
Inglaterra,
Cuyas nobles testas con la edad son
grises,
Chiquillas entonces de
días más sabios;
Cuya voz solemne debería
ser
eco de la tuya – ¡alta
Libertad!
Sobre quienes puedan primero violar
Los santos heraldos, en su condición,
Descanse la sangre que vaya a brotar,
Y sobre vosotros no descansará.
Y si los tiranos entonces
se atreven,
Dejadles que monten allí
entre vosotros,
Que rajen, que puncen,
que sajen, que hieran, -
Lo que quieran ellos, que
todo lo hagan.
Los brazos cruzados y los
ojos firmes,
Y miedo muy poco, y menos
sorpresa,
Miradles a ellos, ved
cómo asesinan
Hasta que su rabia se
haya consumido.
Volverán entonces con
mucha vergüenza
Hasta el mismo sitio de
donde salieron,
Y hablará la sangre
derramada así
Con rubor ardiente sobre
sus mejillas.
Todas las mujeres del
país entero,
Los señalarán allí donde
estén –
Y no osarán ellos saludar
siquiera
A sus conocidos incluso
en la calle.
Y los verdaderos, audaces
guerreros,
Que han abrazado el
Peligro en las guerras
Volverán a aquellos, que
serían libres,
Con la gran vergüenza de
tal compañía.
Y esta escabechina para la Nación
Hervirá con humo como inspiración,
Vapor elocuente, humo oracular;
Igual que un volcán que se oye de
lejos.
Las palabras estas se convertirán
En tumba estruendosa para la Opresión
Resonando en cada corazón y mente.
Oídlas mil veces y mil y otras mil.
Alzaos cual leones tras
un breve sueño
Y en tal abundancia que
sea invencible.
Librad a la tierra de
vuestras cadenas,
De ese rocío que anoche
os cayera.
Vosotros sois muchos y
pocos son ellos.
Traducción: Conrado Santamaría y Amalia
García Fuertes.