Ver acá:
https://www.youtube.com/live/sBSGGUjP6IQ?si=6TG2DyHUNbjhCH6k
Lo relacioné a este soneto:
Ozymandias
(Traducción de Fernando G. Toledo).
A un viajero vi, de tierras remotas.
Me dijo: hay dos piernas en el desierto,
De piedra y sin tronco. A su lado cierto
Rostro en la arena yace: la faz rota,
Sus labios, su frío gesto tirano,
Nos dicen que el escultor ha podido
Salvar la pasión, que ha sobrevivido
Al que pudo tallarlo con su mano.
Algo ha sido escrito en el pedestal:
«Soy Ozymandias, el gran rey. ¡Mirad
Mi obra, poderosos! ¡Desesperad!:
La ruina es de un naufragio colosal.
A su lado, infinita y legendaria
Sólo queda la arena solitaria».
https://aullidolit.com/ozymandias/
El sistema occidental a predominio angloamericano está como en este poema de P. Shelley, quien fuera marido de Mary Shelley la autora de Frankenstein.
El problema es que la decadencia de un poder imperialista produce consecuencias horribles en todas partes. El poder imperialista no se encuentra distribuido en escenarios locales, sino que es un poder que se concentra en el sistema oligárquico como centro de gravedad alrededor del cual giran sus satélites.
Ese sistema oligárquico solo descriptivamente puede identificarse con los países Gran Bretaña y EE.UU., pero no teóricamente puesto que el sistema oligárquico no posee nacionalidad alguna y no basa su poder en nacionalidad alguna, ya que es un poder privado que coloniza lo público. Ese poder privado usa a las nacionalidades (incluso a las de GB y EE.UU.) y, al hacer eso, la consecuencia es que las nacionalidades dejan de ser tales porque pierden la soberanía real, solo quedando con la soberanía formal o nominal.
Cuando ese poder entra en un proceso de crisis de desintegración sistémica impulsan la proliferación del caos y las guerras en la esperanza de que sus consecuencias otorguen oportunidades para detener la desintegración o resetear el sistema o, por lo menos, debilitar y desgastar a todos aquellos que percibe como potenciales alternativas de salida de esa crisis.
En este empeño, los soportes (combinaciones oligárquicas) del sisema oligárquico pueden ocasionar daños muy graves en diversos países y regiones e, incluso, poner en peligro a la civilización humana entera (guerra termonuclear).
Los que sobrevivirán (en el menos malo de los casos) son los pueblos que cuentan con líderes con elevados valores morales e intelectuales y con la suficiente sagacidad política como para neutralizar los peligros más graves que provienen de ese empeño oligárquico.
Los pueblos que no cuenten con esos líderes se exponen a la desintegración y decadencia de las naciones en las que vivan.
Esa propuesta valía en un mundo dominado por dos imperialismos (EE.UU. y la URSS), pero, hace ya años, desde la emergencia de Putin en Rusia y de Xi en China, el proceso mundial se caracteriza, al contrario de la doctrina geopolítica británica, por una lucha por constituir un aglutinamiento de países en desarrollo (el antiguo tercer mundo), liberados de la tutela y hegemonismo occidental. Y, además, las posiciones internacionales de Rusia y China, marcan insistentemente la importancia de la soberanía nacional, el desarrollo económico y el conocimiento científico y tecnológico al servicio de los seres humanos.
El sistema occidental a predominio angloamericano está como en este poema de P. Shelley, quien fuera marido de Mary Shelley la autora de Frankenstein.
El problema es que la decadencia de un poder imperialista produce consecuencias horribles en todas partes. El poder imperialista no se encuentra distribuido en escenarios locales, sino que es un poder que se concentra en el sistema oligárquico como centro de gravedad alrededor del cual giran sus satélites.
Ese sistema oligárquico solo descriptivamente puede identificarse con los países Gran Bretaña y EE.UU., pero no teóricamente puesto que el sistema oligárquico no posee nacionalidad alguna y no basa su poder en nacionalidad alguna, ya que es un poder privado que coloniza lo público. Ese poder privado usa a las nacionalidades (incluso a las de GB y EE.UU.) y, al hacer eso, la consecuencia es que las nacionalidades dejan de ser tales porque pierden la soberanía real, solo quedando con la soberanía formal o nominal.
Cuando ese poder entra en un proceso de crisis de desintegración sistémica impulsan la proliferación del caos y las guerras en la esperanza de que sus consecuencias otorguen oportunidades para detener la desintegración o resetear el sistema o, por lo menos, debilitar y desgastar a todos aquellos que percibe como potenciales alternativas de salida de esa crisis.
En este empeño, los soportes (combinaciones oligárquicas) del sisema oligárquico pueden ocasionar daños muy graves en diversos países y regiones e, incluso, poner en peligro a la civilización humana entera (guerra termonuclear).
Los que sobrevivirán (en el menos malo de los casos) son los pueblos que cuentan con líderes con elevados valores morales e intelectuales y con la suficiente sagacidad política como para neutralizar los peligros más graves que provienen de ese empeño oligárquico.
Los pueblos que no cuenten con esos líderes se exponen a la desintegración y decadencia de las naciones en las que vivan.
Tercera posición.
Una de las cosas muy sugestivas que planteó Artemio en ese programa fue lo de la vigencia de la tésis de la “tercera posición” formulada por primera vez por JDP en los años ’40.Esa propuesta valía en un mundo dominado por dos imperialismos (EE.UU. y la URSS), pero, hace ya años, desde la emergencia de Putin en Rusia y de Xi en China, el proceso mundial se caracteriza, al contrario de la doctrina geopolítica británica, por una lucha por constituir un aglutinamiento de países en desarrollo (el antiguo tercer mundo), liberados de la tutela y hegemonismo occidental. Y, además, las posiciones internacionales de Rusia y China, marcan insistentemente la importancia de la soberanía nacional, el desarrollo económico y el conocimiento científico y tecnológico al servicio de los seres humanos.
Los que están librando esa lucha están en un peligro bastante serio, ya que los soportes oligárquicos que están protagonizando el proceso de decadencia del sistema oligárquico occidental pueden lanzar golpes a ciegas, para cualquier lado, producto de la desesperación. Esta desesperación va desmoronando todo el sistema de servidumbre al imperio extendido por todas partes del mundo, lo que aumenta la aleatoriedad y los peligros, si no surgen líderes que puedan ordenar en alguna dirección de salida.
La Argentina, con el actual gobierno, está enganchada a un verdadero peligro de muerte si no puede prosperar la emergencia de un nuevo liderazgo de conjunto o de conducción o la reemergencia del liderazgo que ya tenemos (CFK).