Al pueblo de la nación Argentina le toca vivir en este mundo que es un verdadero desastre. Ya lo era de antes, solo que ahora es mucho más notorio.
No es que sucedieron cosas nuevas en los últimos años para que el mundo sea como es hoy. Simplemente se siguió, durante década tras década, el curso de colisión que tenemos hoy.
No se trata de la “guerra en Ucrania”, ni Putin, ni la “inflación”, ni la suba de la “tasa de interés”. Estos factores son solo manifestaciones de un proceso general que consiste en el empeño de combinaciones oligárquicas occidentales a predominio angloamericanas de impedir la evolución de China y Rusia en términos relativamente soberanos en cuanto a sus capacidades de conseguir el desarrollo al servicio de sus pueblos.
Esas oligarquías miran el mundo desde su pedestal imperial, no desde una nación en particular con la que se identifiquen. Al resto de los mortales los ven como ganado humano confinado en diversos corrales, que, cada tanto, deciden mandar al matadero. Como no tienen nacionalidad sustancial (solo nominal), se sienten extranjeras en todas partes donde prospere, aunque sea potencialmente, la soberanía nacional. Por eso necesitan lacayos, siervos y asociados menores por doquier, todo el tiempo.
Incluso más. Impidieron que el ex presidente de EE.UU. D. Trump pudiera hacer germinar atisbos de soberanía en su propio país. Lo que demuestra de manera contundente que EE.UU., en cuanto nación, no es un Imperio, ni la fuente del imperialismo.
El panorama actual, previsible durante años, es desolador. Una gran cantidad de países están en virtual default. El hambre campea a sus anchas por África, el lejano Oriente y A. L.. Son datos habituales la escasez de combustible, las interrupciones en la “cadena de suministros”, la inestabilidad política, la inflación, la recesión, el aumento de la pobreza e indigencia, etc..
La región Noroccidental transatlántica (Norte de Europa y América del Norte), supuestamente la más desarrollada del mundo, tiene, también, un montón de problemas cuyo tratamiento por parte de los gobiernos genera protestas por doquier (casos Holanda, Italia, Bélgica, etc.).
La “invasión” (en realidad reacción frente al acoso geopolítico y militar de la OTAN) de Rusia en Ucrania, nada tiene que ver con esto, puesto que los problemas más agudos del sistema monetario y financiero internacional datan desde mucho antes del 24 de febrero del presente año. El último antecedente fue la intervención de la Reserva Federal de EE.UU. en los mercados REPO en setiembre de 2019 antes de la pandemia y casi dos años y medio antes de la intervención rusa en Ucrania.
Lo único que hicieron las combinaciones oligárquicas que controlan la administración del proceso de crisis fue aprovechar la reacción de Rusia para echarle la culpa de todos los problemas habidos y por haber. Se trata meramente de una argucia ideológica muy frecuente en la historia de la humanidad. Es algo parecido a una “hipótesis ad-hoc”, que solo se introduce a posteriori para evitar que se declare falso todo el argumento inicial.
Como ya expliqué en otras oportunidades lo que existía era un proceso de desintegración económica en sus aspectos financieros y monetarios cuyos orígenes históricos se remontan no a la supuesta “crisis interna inherente al modelo de Bretton Woods”, como sostenían los secuaces de combinaciones oligárquicas diversas en la segunda mitad de la década del ’60 del siglo pasado, sino a la decisión, bajo la influencia de dichas combinaciones, del gobierno de Nixon de desacoplar al dólar del oro en agosto de 1971.
En las conferencias monetarias de Rambouillet de 1975 se terminó de ratificar este rumbo y avalar a los “tipos de cambio flexibles”. De esta manera, se sentaron los pilares tanto de la descomunal deuda externa de los países subdesarrollados como de la especulación financiera desenfrenada.
A la luz de la teoría que publiqué en agosto del 2020 en este blog, esos sucesos no eran más que el avance de las combinaciones oligárquicas sobre resortes y recursos fundamentales regulados por el Estado. Lo que significaba que ese avance sobre el sistema monetario y financiero tenía como contrapartida la pérdida de soberanía del Estado Nacional estadounidense, con notables repercusiones a nivel mundial.
Se inauguró así una onda más o menos larga que duró alrededor de medio siglo, desde principios de los ’70 del siglo XX hasta nuestros días.
Durante más o menos 30 años de ese medio siglo (1970-2000) la voluntad oligárquica occidental dominó a sus anchas, excepto algunas escaramuzas propias de la guerra fría entre EE.UU. y la URSS. Luego de la caída del comunismo, ese dominio no tuvo restricciones de ningún Estado ni gobierno. Los únicos condicionamientos de la voluntad oligárquica eran las consecuencias de sus propios actos.
En ese lapso de tiempo de 30 años, el dominio oligárquico tuvo que pasar por tres fases:
1) Colocación de los pilares: desconexión dólar del oro (1971) y tipos de cambio flexibles (1975).
2) Reestructuración y descalabro (1975-1985) del modelo económico que había prosperado bajo los parámetros de Bretton Woods.
3) Puesta en marcha del modelo especulativo global (1985-hasta nuestros días).
La etapa de Volcker en la Reserva Federal (fines de los ’70 a mediados de los ’80) con sus medidas antiinflacionarias y monetarias no era más que el intento de readaptar (“desintegración controlada”) la economía estadounidense al nuevo ciclo oligárquico de naturaleza global.
Así como en Argentina la dictadura militar entre 1976 y 1983 descalabró el modelo de industrialización por sustitución de importaciones existente con anterioridad, mediante los expedientes de la desregulación, apertura comercial y especulación financiera, algo equivalente sucedió en EE.UU. para descalabrar el modelo de Bretton Woods post II guerra mundial.
Una de las consecuencias de todo esto fue una fenomenal relocalización de la industria manufacturera en el mundo, pasando de los países occidentales a Oriente. Este proceso sentaría las bases del protagonismo futuro de China.
La contrapartida de esto fue la desindustrialización relativa de los países “desarrollados”, el deterioro de la infraestructura y de las ciudades otrora prósperas, muy mal compensado por la mentada “economía del conocimiento”, los servicios, o la llamada “sociedad postindustrial”.
Estos procesos podían darse en forma simultánea o en secuencia en diversos países, pero, en el fondo, no eran más que la consolidación del predominio mundial de combinaciones oligárquicas angloamericanas que combatieron cualquier vestigio de soberanía en todas partes del mundo.
Una vez logrado ese predominio, trataron de cristalizar ese privilegio por medio del “Consenso de Washington” y, con la caída del comunismo (muro de Berlín y la URSS), del “nuevo orden mundial” de Bush padre. Ahora eso lo rebautizaron con el nombre “orden basado en reglas”.
El problema es que lo que podríamos llamar “ideas oligárquicas” van en contra no solo de las necesidades humanas sino de las leyes del Universo. Este es el problema más grave que tenemos los seres humanos de este planeta hoy en día.
Como las clases oligárquicas son por lejos la clase dominante, porque, por los recursos y resortes fundamentales que controlan, tienen un poder muchísimo mayor a cualquier otra clase, su capacidad de moldear y direccionar la realidad es mucho mayor que la del resto, aunque el número de sus integrantes sea reducidísimo.
Y, cuando las ideas acerca de lo que debe ser el mundo y la humanidad que tienen esas clases dominantes poderosas, están muy equivocadas, todos estamos en problemas. No es lo mismo que alguien con poquito poder tenga ideas equivocadas en comparación con alguien que lo tenga en demasía (ambas cosas: mucho poder y muchas ideas equivocadas). El segundo caso se torna mucho más peligroso que el primero.
La economía no consiste en “administrar recursos escasos”, ni en“comprar barato y vender caro”, ni en mano de obra barata; ni en “especializarse en lo mejor que sabemos hacer”; ni en vender mucho y comprar menos; ni en el “dinero genera dinero”, ni en el “valor del dinero”; etc., etc.
Tampoco la “geopolítica” consiste en el “equilibrio de poderes” entre países, los “juegos de suma cero”, el “choque de civilizaciones”, etc., etc.
Tampoco la ciencia consiste en formulaciones matemáticas, axiomas y postulados, la geometría euclidiana, la “percepción sensorial”, las estadísticas, etc., etc.
Tampoco la sociedad consiste en “intereses individuales o de clase”, la “lucha de clases”, etc., etc.
El hecho de que en nuestra vida cotidiana o en la práctica aceptemos todas estas cosas o muchas de estas cosas, no significa que sean ciertas, veraces y, mucho menos, beneficiosas para los seres humanos.
Cuando en una economía cualquiera compramos barato y vendemos caro estamos perjudicando a alguien, aunque no sepamos a quién, y nos estamos perjudicando a nosotros mismos, aunque no nos demos cuenta, creyendo que obtuvimos una ventaja. Cuando buscamos mano de obra barata, es igual, nos perjudicamos todos aunque creamos que sacamos una ventaja.
Si estamos en el Titanic, presumiendo de nuestra riqueza en algún camarote de lujo, difícilmente tengamos la capacidad de esquivar el iceberg, al cual no le importa las clases sociales ni los camarotes que ocupan.
El dinero en el sistema oligárquico comanda la “riqueza”, la que se concentra en la cúspide del sistema oligárquico (Imperio, no en naciones). Pero eso, es un juego del sistema oligárquico, no es el de la humanidad para vivir mejor, aunque reciba migajas de ese juego.
Los oligarcas (definidos como los definí en mis propuestas teóricas presentadas en agosto de 2020) son muy pocos, la humanidad es muy grande. En la medida que los seres humanos aumentamos nuestra existencia en este mundo, el control oligárquico se hace más complicado.
Entonces, en el seno del sistema oligárquico surgen ideas y programas cuyo objetivo explícito o implícito es disminuir la población. Para los oligarcas, según sus propias perspectivas, hay miles de millones de personas que son superfluas en el mundo, que no sirven para nada, que no son necesarias.
De allí surgen las ideologías “científicas” del “cambio climático” (ex “calentamiento global”), la influencia perniciosa del ser humano en el medio ambiente, etc., etc.
Ahora bien, la combinación de este pensamiento oligárquico deplorable con las prácticas de especulación financiera, endeudamiento, acoso geopolítico, geopolítica de guerra, etc., generan cualquier cantidad de problemas a los diferentes pueblos del mundo.
Las ideas fallidas son parecidas a cuando uno se pierde en un viaje, pero cree firmemente que no, porque cree que está yendo por un lugar cuando en realidad está yendo por otro. Entonces, cuando no llega a destino, se produce un desconcierto momentáneo hasta que se reconoce, en el mejor de los casos, cuál era el error que lo llevó a confundir un camino con otro.
Cuando China y Rusia (durante la década del 2000) se dieron cuenta de que el camino emprendido por la plutocracia occidental iba a llevar a un precipicio porque estaba empeñada en la misma dirección y renuente a corregir el rumbo, empezaron a tomar precauciones indispensables para proteger a sus propios pueblos.
Es en este punto donde las oligarquías occidentales empiezan a percibir que su dominio global empieza a estar condicionado por otros actores que no son ellos, que representan, más bien, los intereses, las necesidades y aspiraciones de los pueblos de Oriente. Putin en Rusia y Xi en China son los máximos exponentes de este proceso que es, en definitiva, el que va a conducir (como se comprueba actualmente) a la ruptura tanto geopolítica como económica, monetaria y financiera.
La Argentina ante este panorama.
La dirigencia política del país debe tomar nota del desastre mundial y, también, de las posibilidades de salida de semejante situación.
El futuro de mundo está en lo que decidan hacer los países soberanos en pos del mejoramiento de las condiciones de vida de sus pueblos y de las personas por venir.
Así como la economía mundial debe tener una misión (la ruta de la seda, la exploración espacial, etc.) que redunde en el bienestar de la población mundial, la economía argentina debe tener, también, una misión: la reindustrialización en términos de la tecnología moderna, la construcción de infraestructura moderna de transporte, vivienda, salud y educación.
Los excedentes de la producción de alimentos y de energía deben estar controlados por el Estado Nacional para ser utilizados en esos objetivos.
Las ambiciones políticas legítimas de todos los sectores deben estar subordinadas a esos objetivos.
Si hay que crear una empresa estatal en el comercio exterior para lograr eso, debe crearse. Si hay que modificar el sistema monetario y financiero, debe modificarse. Lo que manda son los objetivos. Las herramientas se seleccionan en función de los objetivos.
Si hay que decretar un corralito sobre las letras del BCRA (lelics, etc.), debe hacerse.
Si se necesita decretar un feriado cambiario y bancario por 5 días, debe hacerse.
En la Argentina hay que crear en forma neta 20 empresas por día, no 2. El Estado podría crear 10, las otras 10 lo deben hacer los privados.
Con los recursos que reúna el Estado en función de la misión señalada, las empresas a crearse deben estar relacionadas a la exploración espacial en colaboración con otros países; los trenes de levitación electromagnética; a la construcción de viviendas con materiales modernos; a obras de gestión hídrica; a construcción de reactores nucleares pequeños y medianos para exportar y para la provisión de energía al mercado interno; a la modernización y equipamiento de todos los puertos (los que deben ser nacionalizados), a la infraestructura de caminos, nacionales, provinciales y municipales, a la construcción de centros de salud y escuelas equipados con tecnología moderna.
Con eso en mente, en el lapso de 5 años se emplearán directa e indirectamente a 2 millones de personas. Las opiniones de los dirigentes de los movimientos sociales acerca de que el “capitalismo” no puede ofrecer empleo, van a ser eso, solo opiniones. Porque no es el “capitalismo” el que ofrece empleo sino el funcionamiento eficiente y eficaz del Estado Nacional soberano, aunque haya propiedad privada.
A medida que desarrollemos nuestra propia tecnología (reducción de la importación), la cantidad de personas empleadas en el sector calificado va a aumentar muchísimo.
En simultáneo con este proceso debe aumentar el período de tiempo de la educación científica y técnica, la que debe apuntar a formar una persona capaz de diseñar máquinas y herramientas luego de un período de educación formal de alrededor de 30 años.
Debemos empezar desde el principio, rescatando lo mejor de nuestra historia, no para repetirlo sino para inspirarnos.
El objetivo de toda sociedad sana es el mejoramiento de las condiciones espirituales y materiales del ser humano, tanto de los que viven en el presente como de los que vengan en el futuro.
Nuestra naturaleza como seres humanos es ésa, a pesar de las épocas sombrías.
Cierro con estas palabras, escritas hace más de 300 años.
“Se entiende que todo lo que Dios dispone es bueno y justo. Pero queda el interrogante de si es bueno y justo porque Dios lo dispone, o si Dios lo dispone porque es bueno y justo... la bondad de las acciones y hechuras de Dios no dependen de su voluntad, sino de la naturaleza de las mismas... ¿Qué es el bien verdadero? Yo respondo que no es sino aquello que sirve para perfeccionar las sustancias inteligentes”
(Leibniz, Meditación sobre el concepto común de justicia, 1703).
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