Voy a tratar de ser lo más breve y directo posible. Los que me hayan leído en la blogósfera durante los últimos 14 o 15 años, quizá ya estén familiarizados con las siguientes conclusiones.
Las fases de inserción globalista: dinámica y crisis.
La década del '90 y Menem-Cavallo tuvieron lo que se consideró en aquéllos tiempos "éxito" porque efectivamente hubo un gran ingreso de capitales desde el mundo global hacia la Argentina al compás de la venta de las joyas de la abuela que fueron las privatizaciones de casi todas las empresas del Estado argentino.
Ese proceso escondió uno más oculto: que, en el mediano plazo, la salida de capitales por todo concepto excedió con creces a la entrada. Esto quiere decir que el balance entre entradas y salidas era ampliamente negativo pero no se notaba demasiado, por lo menos al momento de la entrega de Menem del mando a De la Rúa, aunque los nros. de la deuda externa eran alarmantes para muchos pero no tanto para otros muchos.
Por lo tanto, el modelo de inserción de Argentina en la globalización resultó relativamente "exitoso" porque no colapsó durante el mandato de Menem. Algo parecido ocurrió con Martínez de Hoz, quien se fue antes del colapso.
Evidentemente un modelo basado en la transferencia de capitales al exterior, vía pago de servicios de deuda, seguro de cambio gratuito, remisión de utilidades, etc., etc., y que solo era equilibrado muy parcialmente con el ingreso de capitales (especulativos en su mayoría), tenía que terminar necesariamente mal. Lo que prolongó la vida de ese modelo fueron las privatizaciones, sin las cuales dicho modelo hubiera colapsado durante el mandato de Menem. El colapso de ese modelo de inserción globalista fue con De la Rúa y Cavallo en su regreso.
Lo que hay que comprender aquí es que el modelo globalista tuvo una fase de “éxito” y otra de crisis o crack y que una sigue a la otra como el efecto a la causa. No se pueden disociar la fase de éxito y la de crisis. Son las dos caras de lo mismo. Lo que está mal es el modelo de inserción global en sí mismo independientemente de la fase en que está. No es que el modelo es bueno mientras tenga “éxito” y es malo cuando no lo tiene. Sino que el modelo es malo en sí mismo, tenga o no éxito. Es como decir “hipoteco mi casa y tengo los bolsillos llenos de plata y me dedico a consumir y tengo éxito porque compré una Ferrari”. No hno. no tenés éxito, te vas a quedar sin casa, sin plata y sin auto.
Entonces, lo máximo que podemos decir es que en el modelo de
inserción globalista (llamémosle modelo A) que el compañero Menem decidió avalar tuvimos, una fase de:
1) Euforia (como en el caso del adicto, no éxito, 1991-1997 con bajones en ’94, ’98 y ‘99).
2) La pos euforia, crack y crisis (2000, 2001 y 2002).
Ahora bien, el momento 2) ya es un momento que supone una lógica política distinta, puesto que hay que administrar la crisis que produjo la inserción globalista, mientras se sigue viviendo bajo los efectos de esa inserción.
Aquí se abren 2 posibilidades:
a) se administra con la finalidad de volver a 1);
b) se administran las consecuencias del fracaso de 2 a), aunque esté muy poco claro hacia dónde ir.
A mi entender, la vuelta de Cavallo (con el aval de la Alianza) hacia el final de De la Rúa fue el intento 2 a), el cual fracasó tanto por las resistencias internas como por no comprender los cambios que se estaban dando en el proceso global de crisis, de la que la propia crisis en Argentina era una de las oleadas.
Asimismo, la devaluación de Duhalde-Remes (y del mercado) fue un intento 2 b) que fracasó porque se le hizo pagar a los asalariados la salida de la convertibilidad, lo que generó grandes resistencias internas.
Esa salida devaluatoria no gozó de mala prensa en su momento por el enorme daño que 1), 2) y 2) a) habían provocado, con lo que el daño mismo de la devaluación fue disimulado y desestimado.
Un estudio que había hecho en aquellas épocas me dio como resultado que la salida devaluatoria por sí misma aumentó la pobreza alrededor de un 12% durante el año 2002, con un ritmo de aumento alto durante el primer cuatrimestre de ese año y, luego, menguando el ritmo el segundo y último cuatrimestre.
Este resultado se dio así porque la vuelta del aumento del empleo (por la reactivación cuando llega Lavagna) no podía contrarrestar el impacto inflacionario sobre las canastas básicas de alimentos, las cuales aumentaron muchísimo más que el promedio inflacionario de aquel año. Por lo tanto, la tesis de los economistas de que el “pasaje a precios” de la devaluación de enero de 2002 fue reducido estaba muy equivocada respecto al comportamiento de precios de las canastas básicas. Había en aquel tiempo un consenso de economistas que negaba los efectos sociales perniciosos de la devaluación misma, atribuyendo todos los males al modelo de la convertibilidad.
A esta altura de la historia podemos decir sin ningún
problema que el plan de Adolfo Rodríguez Saá de dejar morir sola a la
convertibilidad mientras circula una nueva moneda era mucho más favorable a los
trabajadores y sectores populares porque hubiera evitado los daños que en el
poder adquisitivo de los salarios produjo la devaluación. Recordemos que el
compañero Duhalde le hizo el vacío al compañero Rodríguez Saá, por lo cual éste
tuvo que renunciar.
El fracaso de 2 b) condujo a NK.
¿Qué realmente ocurrió en los años de NK y el primer mandato de CFK?.
Aquí surge otro momento que también supone una lógica política distinta puesto que habiéndose definido el fracaso del modelo A) 1), 2) y 2 a), hay que definir hacia dónde se quiere ir, no se puede permanecer indefinidamente en 2 b), esto es la administración indefinida de las consecuencias de las fases anteriores.
Pienso que, a esta altura de la historia, puede decirse que con NK se abrió una transición caracterizada por reparar los daños causados por los momentos anteriores con el aprovechamiento de una particular situación de aumento de precios de los exportables argentinos determinada por el proceso de crisis global, lo que permitió al Estado acumular más renta internacional por vía de retenciones.
La crisis convertible y la salida devaluatoria habían bajado mucho los ingresos medidos en U$S de los asalariados y de la población en general, lo que significaba que los costos en dólares bajaron sustancialmente. Asimismo, el uso de la capacidad instalada en la industria también había bajado sustancialmente. Es decir, había márgenes amplios para aumentar tanto los costos en dólares que estaban superdeprimidos como el uso de la capacidad instalada industrial que estaba funcionando en un nivel bajísimo por la recesión. Esto implicaba que podía reactivarse la economía sin mayores inversiones de capital y aumentar los salarios sin afectar la ganancia de los empresarios porque el salario estaba muy deprimido medido en dólares.
Mientras tanto las importaciones bajaban y la balanza comercial mejoraba y se empezaba a formar, por los factores anteriores más el hecho de la moratoria de la deuda externa (no salían dólares en ese concepto), un superávit fiscal, además del comercial.
Tales factores más la mejora en los precios de los exportables argentinos -commodities que aumentaron su precio por factores de la lógica monetaria y financiera global no controlados por Argentina- coadyuvaron a facilitar esa tarea reparadora y restauradora desde el punto de vista social.
Sin embargo, en aquellos días de Néstor Kirchner y, luego, durante el primer mandato de Cristina, no eran vistas las cosas de esta manera. En efecto, se formó, entre economistas y políticos, una suerte de consenso que desembocó en un dogmatismo que "fetichizaba" el superávit fiscal y comercial y el "tipo de cambio real alto y competitivo" (dólar caro) como pomposamente lo llamaban los economistas "heterodoxos", al que le atribuían todas las bondades habidas y por haber.
Lamentablemente, la antinomia progresista vs. neoliberal o izquierda vs. derecha, se trasladó al debate económico bajo la forma de heterodoxia vs. ortodoxia. Cuando se profundiza en el análisis, generalmente se descubre que esas contradicciones se basan más en lo aparente y superficial que en cosas más profundas.
Mi posición en aquellos tiempos fue bastante crítica a ese tipo de conceptualización puesto que no se debía confundir una tarea de restauración, control de daños y reparación social con la distribución progresiva del ingreso, el crecimiento del mercado interno y el trabajo nacional. Tuve muchas discusiones con economistas ortodoxos y heterodoxos y militantes jóvenes y no tan jóvenes, pero la "grieta" y los fanatismos propios de la dinámica política no contribuía demasiado a que se pudieran clarificar dichas cuestiones.
Mi crítica se centró fundamentalmente en que el llamado "crecimiento económico" que se estaba logrando se basaba en los efectos multiplicadores (a nivel interno) de las exportaciones y, en menor medida, en la renta captada por el Estado (las retenciones al agro) que permitía subsidiar y direccionar recursos a ciertos renglones de infraestructura. Pero eso, a la luz de antecedentes históricos probados, no era lo mismo que redistribución del ingreso, fortaleza del mercado interno y del trabajo nacional.
Este impulso fue efectivo sobre todo durante los años 2003, 2004 y 2005. En 2006 ya se estaban empezando a sentir las limitaciones a medida que los costos salariales medidos en dólares aumentaban y el nivel de actividad económica demandaba más importaciones con el consecuente impacto en la disminución del saldo positivo de la balanza comercial.
Luego del advenimiento de la crisis global de 2007/8, producto de la crisis hipotecaria en EE.UU. ("subprime"), se estaban dando las condiciones para repensar muchas cosas.
Las aguas se dividieron entre los que pensaban, por un lado, que había que recuperar el "círculo virtuoso" de los orígenes, volviendo al superávit comercial y el tipo de cambio real alto y competitivo y las exportaciones y, por otro lado, los que pensaban que reeditar tal secuencia implicaba un nuevo saqueo a los costos de reproducción de los asalariados y el pueblo en general.
No quedaba más remedio que probar otro camino.
Segundo mandato de CFK. Hacia el viraje estratégico de la concepción y de la acción.
Cristina, una vez plebiscitada por el 54% de los votos, empieza a profundizar y ampliar su marco teórico de análisis de la situación mundial y local. Para variar, fue la primera y casi única de la clase política en darse cuenta de las dificultades del proceso global y que no se podía volver a la fase previa sin causar penurias a los trabajadores y perjudicar el proceso de inclusión social.
Más allá de las pifias en la designación de algunos funcionarios, Cristina empezó a darse cuenta que la situación monetaria y financiera mundial era muy frágil y que en Argentina debía empezar a revalorizarse el concepto de soberanía nacional. Se dio cuenta que, de algún modo, había que articular las nociones propias del progresismo con la de la soberanía, puesto que, en el marco de un proceso de crisis global, solo son esperables que vengan problemas de afuera. Aumentando los márgenes de autonomía nacional podía empezarse a encarar algunas de las soluciones a los problemas argentinos.
La tarea de Cristina era muchísimo más difícil tanto en relación a la de su propio primer mandato como a la de su marido que le precedió, puesto que, ahora, ya no se trataba de hacer recircular la riqueza para reparar daños sociales previos. Se trataba de cómo producir riqueza y distribuirla. Acá ya estamos en un nivel cualitativamente superior que requiere capacidades y competencias también bastante superiores.
En esta etapa, Cristina ya era plenamente conciente de que, para consolidar una verdadera "inclusión social", debía empezar a conformar las instituciones de un Estado Nacional (soberano), en el que el sistema monetario y financiero y el comercio exterior debían subordinarse a ese objetivo. De allí la reforma de la Carta Orgánica del BCRA y la preocupación por el seguimiento y control del comercio exterior.
Que ya no alcanzaba con llevar agua de un molino a otro, sino de que se trataba de definir el perfil productivo de la Argentina y de implementar políticas concretas para lograrlo.
Y, más allá de la mayor o menor fortuna a nivel de las realizaciones concretas, una de las cosas fundamentales que deja su legado es el reconocimiento del papel que tiene la ciencia y la tecnología en el desarrollo de la industria y que hay que lograr articulaciones entre esos sectores.
Hacia una noción de "excedente económico saludable".
Hace pocos días se le preguntó al actual presidente de la República Alberto Fernández si el peronismo no se debía un debate sobre cómo generar riqueza, porque sobre cómo distribuirla ya había sobradas muestras de su competencia y capacidad a lo largo de la historia. El Presidente contestó que no, que los peronistas tenían bastante clara esa discusión porque nadie ponía en cuestión el objetivo de la industrialización y de la creación de empleos productivos.
A mi juicio, el Presidente subestimó o no captó la profundidad del planteo de su interlocutor, puesto que en la Argentina pueden lograrse esos objetivos con mecanismos de "redistribución de ingresos" o "reasignación o transferencias de recursos", no necesariamente generando nueva riqueza.
Siendo rigurosos, que se abra una fábrica y que contrate trabajadores, por ej., no significa necesariamente que se ha creado riqueza nueva ya que eso puede ser producto de subsidios que direcciona el Estado cuya fuente pueden ser, por ej., las retenciones provenientes del comercio exterior. La riqueza es la misma, lo que sucede es que se aplica a finalidades diferentes.
Por ejemplo, no es lo mismo que ganancias de los exportadores de soja terminen fuera del país o en especulación en el mercado inmobiliario o la construcción de edificios de departamentos para clase media pudiente, en comparación con que una parte de esa renta sea captada por el Estado y éste favorezca el surgimiento de industrias y el aumento del empleo calificado.
Es obvio que es preferible esta última opción, pero eso no hace que la sociedad disponga de más riqueza.
Esta discusión se relaciona con lo que es más eficiente con la riqueza que ya tenemos pero no con cómo se crea riqueza nueva. En muchas ocasiones señalé esto en diversas discusiones en la blogósfera.
Creo que CFK sabe de estas sutilezas, mucho mejor que no pocos economistas. Por eso, en su último mandato de gobierno, prefirió lidiar con los problemas del "estancamiento" y/o el bajo crecimiento pero manteniendo el nivel de consumo de los sectores populares sin afectar. De última, esto es lo que condujo a Cristina a tener que soportar las tremendas presiones que provenían del establishment a medida que éste percibía los riesgos que para ellos implicaba en el mantenimiento de sus tasas de ganancias y, también, condujo a la campaña sucia de satanización en su contra y la de algunos de sus funcionarios.
Al contrario de lo que cree el Presidente AF, los peronistas nos debemos un debate acerca de cómo generar riqueza, qué papel juega en ello la ciencia, la tecnología y la técnica y qué medidas debe adoptar el Estado para articularlas con la empresa industrial.
Si nuestros objetivos son el mejoramiento de las características sociodemográficas de la población, la mejora de sus condiciones materiales y espirituales, el bienestar general y la justicia social, debemos mejorar nuestro conocimiento económico y social.
Pensar en cosas como la diferencia entre inversión monetaria o financiera e "inversión física" o entre excedente económico y "excedente saludable", entre "productividad" y "productividad física".
Claramente debemos proscribir de la definición de excedente económico el que se obtenga saqueando costos de reproducción de las clases sociales (cualesquiera sean). Esto hay que definirlo como "pseudoexcedente".
En contraposición, el "excedente saludable" es el que se obtiene "sin quitar energía al sistema", sin que otro tenga que disminuir sus costos de reproducción.
El aumento de la productividad no es ganar más dinero por unidad de tiempo, ni siquiera producir más por unidad de tiempo y, mucho menos, dejar a la gente sin trabajo. El aumento de la productividad es crear, inventar, hacer descubrimientos que llevan a ahorrar trabajo manual y aumentar el intelectual y calificado. Por supuesto esto tiene que estar planificado por el Estado.
A medida que aumenta el trabajo intelectual, hay que aumentar el período de educación de las personas. Quizá deba aumentar hasta los 30 años, porque la mano de obra calificada va a ser cada vez mayor en comparación con la manual.
Tanto en la humanidad como en la Argentina hay millones de cosas por hacer, mejorar el transporte terrestre (FF.CC. de levitación electromagnética), construir más reactores nucleares, investigar más en fusión, aumentar la exploración espacial, construir infraestructura sanitaria y educativa, mejorar la gestión hídrica, aumentar la producción y la calidad de los alimentos humanos, etc., etc., etc.
Si se encararan todas las cosas que son necesarias de hacer para mejorar la vida de los seres humanos, no alcanzarían los ingenieros, científicos, tecnólogos, técnicos y artistas que ahora existen, se necesitarían muchísimos más.
"Gobernar es poblar" y "crear trabajo" y, para eso, debemos tener ideas de qué hacer, cómo y para qué.
Termino con un dicho que leí, no sé de que autor, lo dijo una vez el que fuera Almirante de la marina de EE.UU. Hyman Rickover:
"Las mentes más grandes discuten ideas, las mentes promedio discuten eventos y las mentes pequeñas discuten personas".
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